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020.- La cuna del olivar

Concepción Segura Caballero

 

Soy un anciano, nadie puede presumir de tener tantos años como yo, soy símbolo de paz y victoria, acumulo multitud de experiencias y he visto desfilar ante mí culturas y civilizaciones. He llorado con el triste, me he sentido empapado con la sangre de los caídos en batalla, he vivido mucho, he sufrido y he gozado mucho. Me he visto encumbrado por la fuerza de los astros, cegado por la intensa luz del cielo, regado por el llanto de las nubes, aterrado por el ruido del trueno, empapado por el rocío de la mañana y blanqueado por fríos copos de nieve. Me han zarandeado los huracanes y me ha acariciado la brisa de la mañana.

En la falda de una montaña formo con mis innumerables hermanos un ejército fuerte y vigoroso. Si miro hacia arriba contemplo casas blancas colgadas en la ladera de una gran peña. Intento penetrar con la mirada las calzadas angostas y sinuosas totalmente empinadas. El suelo está formado por cantos rodados, en los laterales de las calles hay escalones para facilitar su tránsito al viandante. Los días de lluvias las calles se transforman en pequeños y plateados riachuelos. Me llega el sonido del agua, unas veces suave, otras fuerte y violento, pero siempre armonioso y musical. Huelo a jazmín y romero mezclado con el hedor de las heces de las caballerías. Las macetas que cuelgan de ventanas y celosías deleitan la vista con sus colores, al brotar las flores lo inundan todo de perfume. Conviven conmigo más de veinte mil seres humanos a los que amo.

Al alba siento el bullir de las gentes que van de un lado a otro, como marionetas movidas por el destino. Recorren las calles Abellón, Real y Porcuna para encontrarse en la Fuente de la Villa situada a la entrada de la ciudad. El agua cristalina que mana de sus ocho caños calma la sed del viajero, es el abrevadero de las caballerías y aporta el líquido más preciado para la vida del que se carece en los hogares. Allí se lava, se habla, se escucha y se participa, se siente el dolor y el gozo, se derraman lágrimas y se contagian risas, se acaricia, se abraza, se riñe….

Hoy es día de mercado. Los aledaños de Fuente Nueva se llenan de puestos y tenderetes, los que allí acuden encuentran de todo: comida para llenar el puchero; telas para hacerse algo de indumentaria; cántaros para transportar el agua; barreños donde llevar a lavar la ropa; prendas para los niños; tinajas en las que poner a aliñar las aceitunas; sábanas y toallas para que las jovencitas preparen el ajuar; aderezos para el pelo; velos y mantillas con los que acudir a la iglesia; fruta fresca; adornos para el hogar…. No falta nada y de faltar algo es dinero para poder adquirirlo. Los compradores miran, tocan y hasta huelen los artículos expuestos. Me llegan los gritos de los vendedores que muestran y alaban sus mercancías y en un tono más discreto el regateo de las clientas. Hasta mí llegan las voces, los olores y colores que ofrece este pequeño mercado.

Hombres y mujeres de esta tierra me han cuidado de sol a sol con su sudor y esfuerzo, Antes del amanecer se congregan en la Plaza de Fuente Nueva con la esperanza de ser empleados como jornaleros. Algunos ven cumplidos sus deseos, al menos ese día no va a faltar el pan en sus casas, pero otros, llenos de pena y rabia, se vuelven sobre sus pasos con la incertidumbre de qué pasará la próxima jornada. Fuente Nueva no solo es el punto de contratación, es el centro de la localidad, hasta allí llegan los hombres con sus gorras y sombreros, algunos lucen bigotes y perillas; las mujeres llevan el cabello recogido en un moño cubiertas por velos o mantones, visten faldas amplias que les tapan los tobillos Por las telas de sus atuendos puedo saber a qué clase social pertenecen. Escucho sus conversaciones, ellos hablan del trabajo, de la tierra, del dinero, del patrón, de la taberna, de las noticias que le llegan desde fuera del lugar…; ellas de los hijos, del amor, de los padres, de la comida, de la dote, del noviazgo… de la lucha de cada día para continuar viviendo, de sus flores y macetas. Los temas más íntimos no son compartidos por pudor. Algunos hombres discuten de política.

Hasta aquí ha llegado la noticia de la proclamación de la I República. La mayoría piensa que será difícil su arraigo por el escaso apoyo social de una población tan tradicional y conservadora y la oposición de grupos poderosos; otros opinan que puede tener apoyo de personas de clase media, intelectuales, jornaleros e incluso de las mujeres, aunque ellas importan poco, ni siquiera podrán votar en las próximas elecciones, además, su papel no está en la política sino en el seno del hogar. A veces discuten acaloradamente sin que entre ellos se escuchen, todos parecen tener múltiples razones donde apoyarse, aunque pocos son capaces de argumentarlas.

Al caer la tarde acuden a mi cobijo muchos de mis paisanos: acurruco a la madre que no tiene consuelo por su bebé muerto; conforto a la muchacha abandonada después de verse despojada de su honor; fortalezco el ánimo del joven esposo que no ha podido salvar a su amada tras traer al mundo al primero de sus hijos; comprendo la nostalgia de la novia que suspira ante el recuerdo plasmado en la foto del hombre que ama y que ahora está muy lejos…. Sus penas y sufrimientos los hago míos, pero solo logro aportarles silencio, frescor y paz. Los mejores momentos los comparto con los niños que corren y ríen a mi alrededor.

Ha caído el sol, por fin voy a descansar, me equivoco. Dos enamorados tienen bajo mis ramas una cita clandestina. Llegan a mis oídos promesas de amor, él intenta acariciarla a través de la ropa, ella se resiste, pero poco a poco va cediendo ante la dulzura de sus besos y el calor de sus caricias. Las manos de él se desplazan por debajo de la falda buscando el más preciado de los tesoros…. ahora solo escucho respiraciones entrecortadas, una queja de dolor y profundos jadeos… después todo lo llena el silencio.

Hoy es un día gélido, tirito y me cubro de escarcha. Apenas apunta el alba cuando llega a mis oídos el estruendo de una turba armada de palos que avanza con ánimo de atacarme. Estoy hundido en la tierra, no puedo huir ni defenderme. Alzan sus armas y rompen el aire con el silbido que lo atraviesa para golpearme una y otra vez hasta que me despojan del fruto de mis entrañas. Es doloroso pero necesario, veo caer al suelo la recompensa de tantos años de cuidados del hombre y de la naturaleza. Manos heladas me recogen, ellas también sufren el picor y el dolor en los dedos ulcerados por el frio Tocan a mis hijas, las huelen, las miran, las acarician para elegir a las mejores, cargadas en las alforjas sobre unos pollinos se las llevan con ellos, que vuelven cansados y contentos cantando estribillos populares. Cuando todos se han ido llegan otros más desarrapados que rebuscan lo que los anteriores han desechado; estos no rechazan nada, todo le es válido y aprovechable. De esta forma penetro en los hogares de la ciudad.

Hay unos pocos cortijos lejos del casco urbano rodeados de grandes extensiones de terreno. La vida gira en torno a la agricultura y a la ganadería. El aire transporta olores a tierra, a siega, al agua de lluvia que alimenta los cultivos, al sudor de los hombres y mujeres que la trabajan. Me llega el cántico de las aves, el relinchar de los caballos, el ladrido de los perros, el canto de los gallos…; todos los sonidos se mezclan formando una singular melodía. Hay muchas personas trabajando, el trajín es constante sobre todo en las cocinas. Fuera de las viviendas se ven carros, carretas y vehículos de vapor destinados a facilitar las tareas agrícolas. Todos los que viven o trabajan aquí tienen la piel curtida por el aire y el sol.

Nuevas construcciones han ido apareciendo a medida que se ha incrementado la burguesía, carecen de los rasgos de las casas solariegas, son viviendas unifamiliares semejantes a pequeños hotelitos que proliferan en la zona de la Vega a las afueras del núcleo urbano, con amplias fachadas de una gran profusión ornamental en las que se mezclan los estilos modernista, regionalista e historicista, mansiones muy bellas y elegantes. Junto a los miembros de la familia conviven personas encargadas del servicio doméstico y del cuidado y educación de los niños. El olor a perfumes y flores lo invade todo y no es extraño escuchar melodías arrancadas a diversos instrumentos musicales. En las paredes del salón cuelgan bellos cuadros. El despacho del dueño de la casa es un lugar prácticamente sagrado reservado su acceso a escasas personas. Los señores pertenecen al mundo de las finanzas, del comercio, de la nobleza, son altos funcionarios y algún intelectual. Las mujeres visten con elegancia y la ropa de los hombres es de excelente calidad. Las niñas aprenden a bordar, a pintar, a leer y a escribir y por supuesto a ser unas señoritas con lo que ello conlleva; su piel es blanca y cuidada. La educación de los chicos es más completa y variada y omite lo que se considera puramente femenino. Los señores tienen mucho tiempo para dedicarlo al ocio; se reúnen en el casino donde juegan y hablan de finanzas y de política. Ellas promueven asociaciones de caridad y participan en las que impulsa la parroquia, llevan bellos sombreros y hermosísimos mantones. Las reuniones y tertulias dentro de los hogares son una forma más de entretenimiento y una oportunidad para que los vástagos exhiban los conocimientos que van adquiriendo en música, poesía o pintura.

Las más numerosas las forman pequeñas casitas blancas de una o dos plantas, con un patio andaluz adornado de bellísimas macetas y una parra que aporta frescor en las largas jornadas de estío. Están habitadas exclusivamente por la familia. Me asomo a alguna de ellas y veo cómo en los meses de invierno la vida se desarrolla al amor del calor del hogar que desprende la cocina o alrededor de una mesa camilla que esconde en su interior un brasero de picón. Al llegar la noche la madre calienta agua que introduce en una botella envuelta en tela para meterla en la cama de los niños con el fin de mitigar el frio que penetra en los huesos. En los armarios escasea la ropa y la que hay está descolorida por el sol y remendada, solo una muda se conserva en mejor estado y se reserva para salir los domingos. Los objetos son de uso cotidiano: cacharros de cocina, cantaros para traer el agua, cubos para llevar a lavar la ropa… En una alacena, junto a los cereales, hay una cajita con monedas, la mujer de la casa la guarda con cuidado, casi escondida, sin pasar un solo día en el que no compruebe su contenido, realiza las labores del hogar y cuida de los niños esperando la llegada del marido con la esperanza de que no prolongue la estancia en la taberna ni gaste allí el dinero que tanta falta hace en casa. Sus salidas son para ir a la Iglesia, a buscar agua o a lavar. Las tardes de verano, al caer el sol, las mujeres se juntan en las puertas de las casas para zurcir la ropa. Las chicas jóvenes preparan su ajuar adquiriendo a perrillas lo indispensable, se engalanan lo mejor posible para su novio o para buscarlo y durante el noviazgo hablan con el elegido a través de las rejas de las ventanas bajo la atenta mirada de alguien de la familia. Las niñas mayores cuidan a los pequeños y ayudan en la casa, permitiendo que la madre pueda salir a trabajar en la recogida de la aceituna. Muy pocas acuden al colegio, aunque ya empieza a implantarse la enseñanza obligatoria. Al llegar la noche la madre acaricia a sus hijos con ásperas manos. Se siente agotada, su marido la aguarda para ver cumplida la dádiva matrimonial. Cuando todo acaba contempla o imagina las estrellas soñando despierta.

Van pasando los años, ahora los hombres se reúnen cerca de la Iglesia de Santa Marta o en la taberna saboreando un vaso de vino. Escucho sus discusiones y quejas cada vez más acentuadas sobre las diferencias de vida que existen entre las gentes del lugar. Parece que no se resignan a que la situación permanezca así por mucho tiempo. Comienzan a llegar los primeros periódicos, aunque con varios días de retraso. Si alguno de los presentes posee el don de la lectura, dado a muy pocos, se ofrece voluntario para que a través de él sus compañeros conozcan las principales noticias del país. En ocasiones consiguen algún ejemplar del «Socialista» y conocen la creación de un nuevo partido político que lleva su nombre y defiende a los trabajadores. Poco a poco se va creando una conciencia social que les impulsa a unirse para defender sus derechos. Algunos piensan que lejos del pueblo tendrán más y mejores oportunidades. Les he visto nacer y crecer cerca de mí y ahora los contemplo con dolor, tristeza y esperanza marcharse a la cercana Linares para extraer del corazón de la tierra el plomo y la plata o a la más lejana Cataluña en busca de un puesto de trabajo en una fábrica textil. Persiguen un futuro mejor, pero incierto, lejos de sus raíces.

Pero no todas las reuniones son a la luz del día y en lugares transitados. Al caer la noche, en oscuras y apartadas callejuelas con las caras casi cubiertas para no ser reconocidos, veo varios hombres. Nadie sabe que están allí, ni siquiera sus mujeres. La conspiración se palpa en el aire, hablan en susurros, apenas puedo escucharles. Me llegan palabras como: -» hay que conseguirlo», -» prenderemos fuego», -«eliminarles, que paguen por ello», -«nos sobran curas y nos falta pan», -«muchos compañeros son anarquistas»… Es la respuesta extrema a los abusos y desmanes del caciquismo andaluz. Discuten, no todos están de acuerdo, pero guardarán el secreto de lo que allí se ha hablado. Alguno opina que es mejor ser bandolero y asaltar a los viajeros entre los riscos del paso de Despeñaperros. Se me desgarra el alma, entiendo sus razones y comparto sus deseos de justicia, pero estoy totalmente en contra de cualquier acción violenta. No puede ser de otra manera, siglo, tras siglo he sido y soy símbolo de paz. Alzo mis ojos al cielo suplicante para que su luz les ilumine y sepan elegir el destino de sus vidas.

Llega el año 1895. Todo es júbilo y festejos, se han cumplido nuestros anhelados sueños. Hoy se inaugura la nueva línea de ferrocarril Linares – Puente Genil que pasa por esta ciudad y para mayor orgullo mío se la conoce como la senda que lleva mi nombre. En tren podré llegar al resto de la península y a través del puerto de Málaga alcanzar toda Europa y América. Junto a mis hermanos lo celebro con alborozo, mis ramas bailan sin cesar al compás de la suave melodía del viento. Supone riqueza, prosperidad y comodidad para mis vecinos, les va a cambiar la vida. A partir de ahora mis frutos no viajarán lentamente en tinajas a lomos de un animal, expuestos al saqueo y expolio de bandoleros, lo harán con rapidez, en bidones especiales y cómodamente. Me volveré cosmopolita, conoceré lugares y culturas distintas, me sabré deseado, buscado y amado por millones de personas. Los que sientan mi suavidad sobre su piel; los que perciban el néctar de mi aroma y sacien su paladar con mis frutos nunca podrán olvidarme. Siento el inmenso orgullo de llevar a través del oro líquido de mis entrañas los nombres de España y Andalucía a los lugares más recónditos del planeta.

 

En 1875 en este lugar, Martos, nacieron mis abuelos. Allí pasaron su infancia y juventud, se enamoraron y crearon una familia. Mucho de lo escrito lo escuché de sus labios. Este relato constituye un pequeño homenaje de recuerdo y amor hacia ellos.

 

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