023.- Tan cerca y tan lejos
Pasaban las tres de la mañana cuando escucharon las camionetas llegar, eran por lo menos cuatro y de cada una descendieron tres hombres fuertemente armados. Todos se despertaron y quedaron alerta pues el ruido era bastante estruendoso, hasta los niños que gozaban de un profundo sueño, saltaron de su cama y corrieron hacia la sala. Iban con un objetivo preciso, secuestrar a Rodrigo Camargo, el dueño de la plantación más grande de Olivo de la región, en Santa Clara no se cultivaban mejores aceitunas que en La Florida. Carmenza abrazaba los niños casi escondiéndolos en su pijama, los mellizos lloraban y gritaban impotentes al ver cómo estrujaban a su padre y se lo llevaban en interiores, descalzo y sin camisa, tal como se había levantado. Rodrigo era un hombre alto, fornido, toda su vida la habría dedicado a la siembra y fabricación de aceite de oliva, era de carácter fuerte, aunque en este momento no le valió de nada pues a pesar de la repulsa que hacía lo llevaban sometido y reducido, era él luchando contra cuatro hombres de su tamaño amenazándolo con armas de fuego de grueso calibre y los demás observando de cerca.
Juan Diego, de tan sólo dos años, corrió hacía él y se aferró a una de sus piernas, mientras Rodrigo trataba de separarlo y le gritaba que entrara a la casa, pidió a sus captores un momento para despedirse de él; en un impulso o instinto de supervivencia se agachó, lo alzó y pegó carrera, avanzó unos cien metros, y saltó una barda con el niño en brazos, detrás de ellos cuatro de estos hombres también corrían. Dentro de la casa todo era caótico, ésta quedaba retirada del perímetro urbano, habían vivido ahí toda la vida, Rodrigo la heredó de sus padres y como era hijo único, heredó igualmente la plantación. Nunca tuvieron nada que esconder, no debían nada que los hiciera blanco de extorsiones o amenazas, por lo único que podría despertar envidia era por producir uno de los mejores aceites de oliva de toda España, sin duda. Un hombre estaba amordazando a Carmenza y su pequeña María cuando se escucharon disparos, no se oían sus gritos, pero sí se notaba en la mirada de las dos su angustia y terror. El hombre se asomó por la ventana de la sala y preguntó qué había pasado, le contestaron que habían dado de baja a Rodrigo, pero hasta ese momento no sabían que el pequeño Juan Diego también estaba con él. La muerte de los dos quedó en total impunidad, de hecho, nunca se encontraron sus cuerpos, Carmenza se radicó en los estados Unidos con su hija María, por seguridad y por querer enterrar con ellos los recuerdos de esa terrible noche; la casa se puso en venta, decidió continuar con la plantación nombrando a un gerente y administrador que le reportaban e informaban cada uno de los movimientos de la producción, siempre fueron hombres de confianza de Rodrigo, lo asesoraban en varios temas. Nunca más volvieron, María creció sabiendo que tuvo un padre valeroso y un hermano mellizo que recordaba con mucho amor pero que unos vándalos le arrebataron.
Carmenza acababa de cumplir 50 años, se había mantenido saludable, hasta el momento no había padecido ninguna afección fisiológica importante que le impidiera desarrollar cualquiera de las actividades en que se ocupaba, sin embargo, comenzó a sentirse cansada y débil sin una causa aparente, en los análisis aún no se habría determinado a ciencia cierta qué era lo que la aquejaba pero en el fondo de su corazón sabía que tenía todo que ver con su salud emocional pues nunca había superado esas terribles pérdidas, su esposo fue el gran amor de su vida, de su mano sacaron adelante la fábrica y paso a paso la llevaron donde estaba hasta ese fatídico día, nunca comprendió la razón de ser de su asesinato, luchaba incansablemente buscando explicaciones y precisamente ese desgaste era el que la agobiaba, pensaba qué habrían hecho con sus cuerpos, en dónde los habrían sepultado, estuvo tentada muchas veces a contratar un investigador que le ayudara a descifrar este misterio, pero desistía porque consideraba que tal vez esto podría reactivar malas intenciones de quienes les habían cambiado la vida abrupta y violentamente y no podía exponerse ni exponer a María de ninguna manera, entonces prefería seguir sufriendo en silencio.
Ver crecer a María, ser parte de sus logros y éxitos le hacía imaginar que Juan Diego estaría igualmente destacándose y lo soñaba como dueño y señor de La Florida, fueron niños muy activos e inquietos intelectualmente hablando, María se mantenía al igual que ella, siguiendo de cerca el proceso de la plantación pero no de manera presencial como les gustaría, sino a la distancia estando al tanto de los informes y los balances que les presentaban, cada vez que se hacía la junta directiva virtual, al menos eso les hacía sentir que Rodrigo estaría orgulloso de ellas, él seguía siendo su motor. María recientemente había obtenido su título como abogada, trabajaba en un prestigioso Bufete en la ciudad de New York, sus altas calificaciones y su desempeño profesional la hacían merecedora de un excelente concepto por parte de su suegro, quien presidía el equipo de trabajo; como decidieron no volver a Santa Clara, su vida en los Estados Unidos les permitió sobrevivir en medio de una especie de pseudo tranquilidad, la procesión la llevaban por dentro. Carmenza pasó por las manos de excelentes galenos, estudios, exámenes y revisiones médicas se convirtieron en su pan de cada día. De acuerdo con los últimos hallazgos, lo único que le podría aliviar sería un trasplante de células madre ya que se habría detectado que sus dolencias provenían de un trastorno neurológico que comprometía su funcionalidad motriz, lo que estaba padeciendo era progresivo y degenerativo, por lo tanto, le aconsejaron actuar de inmediato, se iba paralizando de a poco, comenzó con el lado derecho de su cara y al principio le diagnosticaron estrés. María atendió el llamado del médico familiar y se realizó los análisis correspondientes, pero para infortunio de todos no fue positivo el grado de compatibilidad que esperaban, María cuando era adolescente padeció de Hepatitis B. El Doctor Reyes sugirió indagar con otros familiares de Carmenza y hacer las pruebas. Este trabajo se lo dejaron a María quien, en compañía de Orlando el Gerente de la plantación se dio a la tarea de contactar los familiares que Carmenza creía tener en Santa Clara. Su prima Rosa Emperatriz resultó ser la única familiar viva con que contaban, era una señora mucho mayor que Carmenza y se había desempeñado como secretaria de la Alcaldía de Santa Clara, nunca habían hablado si quiera por teléfono, la idea de Carmenza siempre fue dejar atrás todo lo que la ligara a esa etapa macabra de su vida, sentía pena por eso, pero aprobó que la contactaran para ella misma solicitarle este favor.
Sentían una emoción indescriptible, Santa Clara estaba muy cambiada, se notaba el progreso y los cambios estructurales que había sufrido todo este tiempo, entre más se acercaban a La Florida más se aceleraba su corazón, se sintió salir del cuerpo al ver la fachada de la casa donde vivieron y sucedieron los hechos, era indefectible tener que pasar por ahí de camino a la plantación, no había cambiado mucho, o era que Carmenza en el fondo la quería ver igual. María no recordaba mucho, estaba muy pequeña, solamente guardaba vagas imágenes de un suceso traumático digno de olvidar, de eso se habría encargado Carmenza, no quiso que su único consuelo, compañía y aliciente, creciera con traumas derivados de todo eso. Como era de esperarse, el recibimiento fue apoteósico, casi como un carnaval, parecía una fiesta de esas anuales que hacían en el parque de Santa Clara. Se comenzó a escuchar el himno que habría compuesto el padre de Rodrigo y que generación tras generación se entonaba al inicio de cada jornada, cada vez que Carmenza recibía la encomienda del aceite de oliva que le enviaban religiosamente, no podía evitar trasladarse mentalmente a cada una de las etapas del proceso de producción, lo conocía como la palma de su mano y se lo enseñó de igual manera a María. Ese mismo día se reunió con su prima Rosa Emperatriz y con el Doctor Reyes quien habría viajado con ellas, estaba todo preparado para los exámenes y su prima se sentía dichosa de poder servirle en este momento, Carmenza decidió viajar porque si algo salía mal o su condición de salud continuaba en picada, no se perdonaría no haber visitado la tierra que los vio nacer, a lo mejor sería la última vez que lo hiciera.
Estaban todos optimistas esa mañana, no tenían presupuestado quedarse por mucho tiempo, llegaron puntuales a hacerse las pruebas y debían esperar mínimo cuatro horas los resultados. María esperaba ansiosa y la cara de Carmenza cuando la vio aparecer le decía todo, Rosa Emperatriz tampoco resultó viable por el tipo de sangre, necesitaban que el donante fuera AB-. María esa tarde fue a la plantación a despedirse y conocer unos proyectos de innovación tecnológica que el jefe de producción estaba por terminar de implementar. Carmenza se quedó en el hotel, estaba deprimida y no quería incomodar a sus empleados. María le estaba comentando a Orlando la difícil situación médica de Carmenza, allí en la sección de trituración se encontraba un joven aprendiz de Ingeniería Mecánica, quien estaba ayudando en dicha sección porque estaban probando un nuevo lubricante para ajustar las máquinas, la molienda en esos días estaba a tope, escuchó la conversación; comentó que justamente él tenía ese tipo de sangre, ante lo cual, María sin más lo citó a primera hora para las pruebas y oh sorpresa, resultaron positivas. No cabían de la dicha, María corrió al hotel a comentarle a Carmenza y la encontró desmayada, se le había subido el azúcar pues ese día no quiso almorzar y tampoco estaba durmiendo bien, se descompensó y tuvieron que internarla en el Hospital de Santa Clara. El Doctor Reyes sugirió adelantar la cirugía aprovechando el colapso que sufrió Carmenza y que contaban con el donante. Todo preparado en tiempo record, el Doctor Reyes lideró todo el procedimiento y coordinó con sus colegas del Hospital todo lo concerniente al post operatorio. Carmenza no alcanzó a entrevistarse con Joaquín González, el generoso operario que se había ofrecido a salvarla, tendría veintidós años, se encontraba muy bien de salud y la cirugía fue todo un éxito.
Ya en la sala de recuperación yacía Carmenza en una camilla justo al lado de Joaquín, ella despertó primero de la anestesia, María estaba a su lado y la tenía tomada de una mano, con la otra le acariciaba el rostro. Carmenza volteó a ver aquel muchacho y María le confirmo quién era, ella se quedó ensimismada viéndolo mientras le confesaba a su hija que había sentido la presencia de su difunto esposo y su adorado hijo en toda la cirugía. María conmovida con lo que le acababa de contar su madre, salió a comer algo pues en todo este tiempo no se había despegado de la sala de espera. Al despertar Joaquín miró a su derecha y se encontró con la sonrisa de Carmenza, ella tomó su mano y no podía dejar de apretarla y contemplarlo, sentía una conexión indescriptible.
Carmenza pasó ocho días hospitalizada, Joaquín sólo dos, esa tarde María se despidió y le dijo que pronto le darían de alta; María salió y le dijo que volvía más tarde, en esos días se había involucrado bastante en el proceso de la fábrica, le llamaba la atención, estaba aprendiendo bastante y quería revisar con Orlando el tema de las exportaciones, aunque ella era abogada, entendía perfectamente el tema pues su novio era ingeniero de mercados, encargado del área de comercio exterior en una multinacional, comercializadora de autopartes. Carmenza sintió que golpearon su puerta y creyó que era una de las enfermeras, dijo siga e inmediatamente se hizo presa nuevamente de esa sonrisa. Joaquín se acercó a ella y tomó su mano, la saludó cálidamente, Carmenza sentía nuevamente esa conexión que la había dejado inquieta.
Conversaron un rato de la cirugía, de las coincidencias y la oportunidad que la vida le estaba dando, Carmenza le expresó su inmensa gratitud y le dijo que iba a gestionar con Orlando un ascenso para él, con una mejora salarial importante, pero que además quería hacer algo por su familia. Joaquín comenzó a contarle que era huérfano desde los dos años, que había sido adoptado por una familia humilde de San Francisco, su padre adoptivo quien también trabajaba en una plantación de Olivo lo había visto a la madrugada deambulando por la carretera y lo había llevado a su casa con la esperanza de encontrar a su familia, pero esto nunca ocurrió. Había fallecido de cáncer hacía diez años y su madre no lo acompañaba desde hacía seis meses, iba hacia el mercado y la había atropellado un auto, murió en el recorrido hacia el hospital, entonces había quedado huérfano nuevamente.
Carmenza no pudo contener las lágrimas, entre sollozos le hacía ver lo invaluable que es el inmenso amor de una madre que siente como suyo un hijo que, aunque no tuvo en sus entrañas lo acoge y protege por encima de cualquier cosa. Carmenza le comentó a Joaquín que ella había perdido un hijo hacía veinte años y que el día de la cirugía lo sintió junto a ella, le comenzó a narrar lo acontecido esa noche, cuando Joaquín la interrumpió abruptamente y le confesó que él llevaba esos mismos años soñando con un señor alto y fornido que corría con él en brazos y suponía era su padre, pero que en un momento del sueño desaparecía y él se veía caminando asustado en la oscuridad, de repente aparecía una niña de su misma edad quien le largaba su mano y lo llevaba hacía una fuente de agua que brotaba de una montaña y allí los esperaba una bella dama que él suponía era su madre, cada noche desde que tenía uso de razón este sueño rondaba por su mente.
Carmenza comenzó a temblar y a llorar aún más, lo abrazó y le dijo: “Tú no eres Joaquín González, tú eres Juan Diego Camargo, mi hijo, mi niño adorado, entonces sí estuviste junto a mí en la cirugía, pero no en mi imaginación como has estado todos estos años, estuviste de cuerpo presente llegando a esa fuente en la cual yo te esperé y también tu hermana María, no eran suposiciones, estuvimos en tus sueños y tú en nuestros corazones”.
Ese fin de año se celebraba el festival del olivo en Santa Clara y el nuevo jefe de producción de La Florida junto a la Gerente General atendían el stand más llamativo de todos, pues recreaba una montaña de la cual brotaba una fuente de agua con la que se regaban los olivos. Carmenza, María y Juan Diego Camargo o Joaquín González, se dirigieron a aquella casa que habían comprado en Santa Clara y en la que sellarían una nueva etapa de sus vidas que podría en gran medida, borrar el sufrimiento de sentir por veinte años, cerca en el corazón a esos seres amados, y a la vez lejos por haber sido arrebatados en un acto de violencia irracional y sin sentido.