089.- Jake y las aceitunas mágicas
Había una vez un pueblo llamado Hungrytown, que como su nombre indica, en él reinaba la pobreza absoluta. Sus habitantes apenas tenían para comer y malvivían para poder sobrevivir. No obstante, no todos tenían que hacer frente a tales penurias, ya que el gobernador sí poseía recursos suficientes, los cuales despilfarraba sin ninguna medida.
Ahí encontramos a un pequeño jovencito llamado Jake de apenas once años. El niño tenía que salir a diario al mercado a ver si podía robar alguna fruta o alimento para que su madre enferma pudiese comer.
Un día no fue tan precavido como otras veces y el tendero lo descubrió. Enseguida mandó a la guardia en su busca y el joven tuvo que salir huyendo por miedo a que lo atrapasen. Tanto tuvo que correr que sin darse cuenta salió del pueblo y llegó a un bosque, el cual nunca había visto. Éste estaba rodeado de una gran alambrada de espinos. Sin pensarlo, atravesó la barrera y se introdujo en él. Una vez allí vio que se trataba de un olivar, compuesto por cientos de olivos, pero estos parecían distintos a los que había visto a lo largo de su corta vida. A simple vista parecían normales, pero lo que llamó su atención fueron sus frutos. Las aceitunas tenían un color rojizo.
Ese tono era bastante llamativo y raro de ver, para Jake era como si esas olivas le hablasen y dijesen que fuera hacia ellas.
El muchacho se acercó y tomó una entre sus manos, y esta empezó a brillar.
—Ahh, ¿qué es esto? —gritó el niño dejando caer el fruto.
Una vez en el suelo, el fruto dejó de brillar. Al chico le pareció una cosa muy extraña, pero como era muy curioso la volvió a coger. Esta empezó a soltar destellos y, de pronto, todo se volvió blanco. A continuación contempló un enorme flash que lo cegó por unos momentos.
Jake abrió los ojos y no se lo podía creer. Ya no estaba en el olivar, sino en otro lugar desconocido a su vista. Guardó la aceituna en su bolsillo, por si podía volver a utilizarla para regresar a casa, y empezó a andar para poder explorar cada rincón de aquel sitio.
Aquel lugar parecía un huerto, repleto de hortalizas, pero al igual que pasó antes con la oliva, todas ellas tenían un color distinto al habitual. Se acercó a una zona donde estaba plantado un conjunto de zanahorias. Se agachó y tiró de una de ellas, pero le costó mucho trabajo sacarla. Después de varios intentos consiguió su objetivo y vio que se trataba de una zanahoria de color morado. Pero eso no fue lo que más le sorprendió, ya que esta estaba siendo agarrada por un pequeño conejo blanco.
—Ladrón, ¿qué haces intentando llevarte mi alimento? Suelta ahora mismo mi comida —dijo el animal con cara de enfadado.
Jake soltó la hortaliza. Ésta y el conejo cayeron al suelo.
—¡Ay! ¡Qué bruto eres! —exclamó el animal tocándose el trasero dolorido por la caída. En ese momento el conejo empezó a olisquear.
—¿Qué traes ahí encima? Huelo algo peculiar y extraño por estos lares —dicho esto, y sin darle tiempo a Jake de reaccionar, metió su pata en el bolsillo del chico y le quitó la aceituna.
—Uuuum, esto es muy raro y creo que puede ser valioso, me lo quedo en compensación por la zanahoria que me querías quitar, seguro que Hilman el brujo me recompensará si se lo llevo.
En apenas unos segundos el chico contempló cómo el conejo se alejaba del huerto con su preciada aceituna y, sin dudarlo, empezó a perseguirlo, esa oliva podía ser el único modo de volver a su casa. Mientras corría intentando alcanzarlo no dejaba de pensar ¿quién podría ser ese Hilman que el animal mencionó? Pero lo importante ahora era darle alcance y recuperar lo que era suyo.
Corrió varios kilómetros detrás del conejo, pero no conseguía alcanzarlo, ese maldito animal era muy rápido. De pronto, dejó de ver el rastro de la blanca bola de pelo.
—¿Dónde se ha metido el conejo? —se preguntó Jake.
El chico buscó por todos lados, más dicho lugar parecía el mismo a donde llegó en un principio a este nuevo mundo, y no había ningún rastro del animal.
Cada paso que daba era como si diese vueltas en círculos y Jake empezaba a desesperarse. El pequeño harto de la circunstancia empezó a llorar, pero al escuchar un ruido paró, miró a ambos lados y allí estaba el conejo, escondido detrás de una enorme zanahoria pero esta vez era de color rosa.
Jake se acercó despacio, poco a poco, hacia el ladrón de su oliva, y empezó a idear un plan para cogerla y volver a su casa, olvidándose de esta pesadilla.
Detrás del conejo y la zanahoria, había un árbol de gran tamaño, que parecía bastante viejo. Jake se acercó a su objetivo y, antes de poder atraparlo, algo le golpeó la cabeza haciéndole caer al suelo. Cuando levantó la cabeza vio que justo encima de la zanahoria había un anciano de larga barba blanca que sujetaba un antiguo cayado.
—¿Quién es usted? ¿Por qué me ha golpeado con su bastón?
—La pregunta no es quién soy yo, sino quién eres tú y qué haces en mi reino.
—Amo, mira qué traía en el bolsillo —dijo el conejo mostrándole la aceituna que pertenecía a Jake.
—Uuum, interesante, parece ser una de las olivas mágicas del olivar centenario. Hacía mucho que no veía una como esta. Dicho bosque solo se le presenta a personas que necesitan encontrarlo.
—Señor, no sé cómo llegué aquí, solo cogí ese fruto entre mis manos y aparecí en este lugar, lo único que deseo es regresar a mi casa junto a mi madre, la pobre está enferma y necesita que le lleve comida pronto o su salud empeorará.
—Entiendo —dijo el anciano tocándose la barba—. Te propongo un trato, si pasas dos pruebas te la devolveré y te diré cómo volver a tu casa.
—¿En qué consiste dichas pruebas, señor?
—En la primera prueba debes ganar una carrera a mi fiel ayudante, el encargado de cada zanahoria que crece en este lugar. Tendrás que llegar hasta el final de aquellos campos de color amarillo y volver de nuevo. Dicho esto, comenzad.
El conejo corrió a toda velocidad mientras Jake al cabo de unos kilómetros estaba agotado. De pronto, al muchacho se le ocurrió un plan y empezó a ponerlo en práctica. El animal viendo que el chico no lo alcanzaba, y estando aún muy lejos de este, decidió descansar y echarse una siesta en el campo morado donde estaba, unos tres campos más abajo de donde estaba el amarillo.
El chico recogió unas cuantas zanahorias y formó un camino con estas hasta la línea de salida, desviándose dicho rastro casi en el final hacia un árbol cercano. Allí esperó escondido a que llegase su adversario.
El conejo al despertarse corrió de nuevo hacia el campo amarillo, y volvió hacia la meta. Llegando al primer campo vio el rastro de zanahorias y no pudo evitar comerse el caminito del delicioso manjar, chocando con el tronco del árbol y quedando inconsciente. Jake aprovechó entonces para correr y llegar al último campo, volver y así ganar la prueba.
—Has ganado muchacho, gracias a tu astucia, pero aún te queda la segunda prueba, en la que deberás utilizar tu inteligencia. En ella tendrás que resolver un acertijo. ¿Estás preparado?
—Sí —contestó Jake muy decidido.
—El enigma es el siguiente: Un asesino acaba de matar a una persona en un oscuro callejón. Cuando mira a su alrededor, descubre a un testigo asomado en una ventana del edificio cercano, observándolo. No puede dejar pruebas, así que sube corriendo las escaleras del portal, fuerza la puerta del piso, y acaba con la vida del infortunado testigo. En el forcejeo, varios libros de la librería han caído al suelo. Cuando el asesino se fija en ellos, descubre que ha cometido un gran error. ¿Por qué? —El anciano se cruzó de brazos y culminó—. Piénsalo bien antes de responder porque solo tendrás una oportunidad.
Jake empezó a pensar, sabía que la respuesta estaba ante él, pero no podía arriesgarse a equivocarse, si no, no podría volver a casa. Tras reflexionar varios minutos llegó a una conclusión que creía la acertada.
—Buen anciano, si no erro en mi razonamiento creo que el asesino se equivocó porque dio por sentado que el hombre lo estaba observando desde la ventana, pero examinando la habitación podemos darnos cuenta, por los libros en braille, que el hombre era ciego, por lo tanto no pudo darse cuenta que se había producido el asesinato. Juzgó a su víctima sin pararse a pensar y por eso provocó una segunda muerte que nunca tenía que haber ocurrido.
—Bien, muy bien, muchacho, veo que eres una persona recta, de buen corazón y sobre todo que sabes usar bien la cabeza. De este acertijo podemos sacar una importante lección y es que no debemos dejarnos llevar por la primera impresión que tenemos, debemos valorar los hechos antes de actuar porque nos podemos equivocar, como le pasó a nuestro personaje en dicha historia. Has pasado la segunda prueba y por tanto te diré cómo volver a casa. Tienes que coger esa aceituna que traías y comértela, tranquilo que, aunque aún no está madura, debido a sus características especiales no tendrá mal sabor.
—Muchas gracias, no tengo tiempo que perder, mi pobre madre me debe de estar esperando y aún debo de buscar algo para que pueda comer.
—No te preocupes, de eso me encargo yo, ten este presente.
El anciano le entregó una cesta llena de hortalizas de colores.
—Esta cesta es mágica cada vez que vayas cogiendo las verduras se regenerarán de nuevo, así nunca se acabarán y nunca más volveréis a pasar hambre.
—Gracias, señor, es usted una gran persona.
Dicho esto, el conejo le devolvió la aceituna al muchacho, este la cogió y, despidiéndose de ambos, se la comió. Al cabo de un corto espacio de tiempo apareció de nuevo en el olivar donde comenzó todo y con gran alegría fue camino hacia su casa.
—Mamá, ya estoy en casa, no puedes imaginarte todo lo que me ha ocurrido —dijo el chico abriendo la puerta de su vivienda.
Jake le contó todo a su madre, la huida al olivar, el viaje al otro mundo, las pruebas y por último le enseñó la cesta. La mujer disfrutaba de la historia que le contaba su hijo y estaba contentísima de la bondad de aquellos seres.
—Has demostrado lo buen chico que eres, aunque tengas que robar para que podamos comer.
—Tranquila, madre, ya no volveré a coger lo que no es mío, es más a partir de hoy ayudaremos a todos los que como nosotros pasan hambre.
—¿Qué estás tramando, hijo mío?
—A partir de mañana montaremos afuera de casa un puesto y regalaremos a todo el que venga y lo necesite comida para que pueda alimentarse, así combatiremos el hambre en el pueblo.
La madre estaba muy contenta y abrazó a su hijo, ya que demostró que no solo pensaba en él, sino en los demás, y no por el afán de obtener ningún beneficio, al contrario, su ganancia era la satisfacción de ayudar a los demás y verlos felices.
Desde ese día a ningún habitante del pueblo le faltó alimento para poder subsistir, lo cual no alegraba al gobernador que veía su status en peligro e intentaría acabar con dicha situación, pero eso ya es parte de otra historia que tarde o temprano será contada.