108.- La anciana y el niño de los frutos del bosque
Se acercaba el fin del otoño, y con ello, la culminación de la gran celebración anual en honor al gran bosque. Como de costumbre, la última noche de recolecta, todos los habitantes de Jaén, desde el más chico al más anciano, se reunían en torno a una gran fogata.
El hombre más sabio de la aldea, el maestro Abid, un anciano que se acercaba a los 100 años, era el protagonista de la velada. Con la ayuda de su bastón, se plantaba completamente erguido ante los espectadores; a pesar de su ceguera, sus ojos azules parecían examinar detalladamente a todos a su alrededor.
—Les contare una historia, la historia de la anciana y el niño de los frutos del bosque, tan misteriosa como terrorífica, conocida por pocos y vivida por muchos, pero es tan real como los miles de olivares que nos rodean —comenzó diciendo Abid. Después de un largo silencio, prosiguió.
–Nunca se está realmente preparado para enfrentar lo desconocido, para romper las barreras impuestas por lo lógico, y abrir un espacio en la mente a una nueva dimensión. La dimensión de lo mágico, donde todo lo alusivo a lo fantástico e irreal, pasa a ser real. Tan real, que aun viéndolo a simple vista, no lo puedes creer. La mente humana se cierra entrando a un tormentoso conflicto de emociones, buscando explicaciones para encontrarle una razón coherente a todo. Pero eso no basta, nada basta cuando la verdad sale a la luz, siendo tan reluciente como el sol, que no puede ser opacada. Por eso les pido que abran su mente.
Cuenta la leyenda, que hace muchos años, después de los inicios del cultivo del olivar, se instaló una pequeña aldea en un claro ubicado en el centro de un gran bosque de olivares, había tantos, que no se lograban distinguir los últimos en el horizonte. Los habitantes convivían pacíficamente, labraban la tierra para cultivar, fabricaron las primeras máquinas artesanales para extraer el aceite y lo distribuían a ciudades aledañas a través de los caminos del bosque, se encontraban en pleno auge cuando la oscuridad comenzó a sumergirlos.
Todo comenzó cuando una anciana forastera se cruzó con la aldea en su camino, dicen que vestía un largo vestido hecho con remiendos de trapos viejos, andaba descalza y deliraba. Repetía constantemente una frase «Se debe pagar por lo que se toma», nadie comprendía a que se refería. Conmovidos por su situación, decidieron darle de comer y brindarle un techo donde alojarse. Sin saberlo, habían cometido un terrible error que marcaría el inicio de todas las desgracias.
La anciana pasaba los días deambulado por la aldea y por los olivares, estaba cautivada por ellos, muchos creían que comenzaba a adorarlos como si fueran dioses, pues les hacía reverencias, y parecía que les oraba. Poco tiempo después, cuando comenzó la época de recolecta, la anciana enfureció, se comportaba de manera hostil y agresiva, intentaba alejar a todo aquel que se dispusiera a tomar las aceitunas. Para ese entonces cambió la frase que repetía, ahora decía «Van a pagar por lo que toman». Nadie le prestaba atención, le achacaban todo a su evidente demencia por su avanzada edad. Pobres, eran tan inocentes todavía —suspiró Abid.
–Mientras más aumentaban las recolectas, más se enfurecía la anciana y hacia cada vez más énfasis en tu tatarateo «Van a pagar por lo que toman». Cuando llegó el último día de recolecta, todos estabas felices, había sido un éxito, nunca antes lograron acumular tantas aceitunas. En medio de la celebración, la anciana se presentó, pero se le notaba un temple distinto. Fue entonces, cuando hizo su último tatarateo: «El viento fuerte soplará, las ramas de los arboles crujirán, las aceitunas caerán, y por ellas el niño del bosque vendrá. Su risa escucharás, pero contigo no jugará, dando saltos se acercará, y ni Dios te socorrerá. Su sombrero deslizará y su rostro será lo último que verás, pues tu alma robará, y así le pagarás».
Apenas la anciana calló, sopló un fuerte viento, y ésta desapareció. Era como si simplemente se fuera esfumado. Los habitantes de la aldea no entendían nada de lo que estaba sucediendo, pero todos sentían escalofríos y estaban aterrados. No encontraban explicación alguna a su ultimo tatarateo, pero les intrigaba, y por alguna razón, todos los presentes lo habían memorizado, incluso algunos inconscientemente lo repetían. En un principio no aceptaban la realidad, pensaban que la anciana en algún momento se había metido entre la multitud y estaba escondida en alguna cabaña o en el bosque, en su condición no podría llegar muy lejos, pero por más que buscaron, nunca la encontraron.
Había transcurrido una semana desde la desaparición de la anciana, y ya la aldea ya no era la misma, todos sentían miedo y una extraña sensación de que algo malo los acechaba no los dejaba dormir por las noches. La tragedia comenzó cuando un joven encargado de transportar en carretas el aceite, desapareció, había salido a la ciudad a entregar un pedido, pero nunca regresó. Cuando emprendieron su búsqueda, descubrieron su carreta en el bosque a un costado del camino, el joven estaba en el suelo, seguía con vida, pero se encontraba completamente paralizado, no podía hablar ni respondía a ningún estímulo, sus ojos permanecían abiertos y fijos en una sola dirección, se mostraban vacíos como si nadie habitara su cuerpo.
Muchas fueron las especulaciones, al final se habían convencido de que por alguna razón se salió del camino, que se había caído de la carreta y golpeado la cabeza y por eso quedó en ese estado. Esa excusa no les serviría más, pues tan solo dos días después fue encontrada en el bosque en las mismas condiciones una chica, que había salido a dar una pequeña caminata. Con el paso de las semanas, fueron aumentando las víctimas, todas eran encontradas en el bosque. Ningún médico, curandero e incluso practicantes de la hechicería, logró hacerlos volver de aquel estado. Finalmente iban muriendo poco a poco por inhibición.
Una tarde, una pareja de enamorados se adentró en el bosque, pero solo uno de ellos regresó. Dicen que se llamaban Martin y Juana, siendo ésta última la testigo de lo que realmente sucedía. Juana relató que se encontraban muy a gusto contemplando los olivares y declarando su amor, cuando un fuerte viento hizo crujir las ramas de los árboles, y un gran temor se apoderó de ellos, sintió como un gélido escalofrío recorría todo su cuerpo y como cada uno de sus vellos se erizaba. Estaban intentando calmarse cuando escucharon risas de un niño, de manera momentánea sintieron un gran alivio, pues pensaban que alguien se acercaba, pero no era así, al examinar a su alrededor no había nadie. Las risitas siguieron, se disponían a regresar cuando vieron a un niño dando saltitos acercarse, tenía una chaqueta de color marrón, vieja y rota en partes, era larga solo dejaba asomar por encima de sus rodillas el dobladillo de un short negro. En su mano traía una desgastada canasta con aceitunas de olivares, y su rostro estaba completamente cubierto por un gran sombrero negro. Recordaron en seguida el tatarateo de la anciana, Juana afirma que corrieron con todas sus fuerzas tratando de huir, pero Martin resbaló. Cuando salieron en su búsqueda, ya era tarde, su alma había sido robada.
Después de aquel acontecimiento los habitantes de aquella pequeña comunidad comprendieron que el tatarateo de la anciana era real, y que una gran maldición había recaído sobre ellos. Ahora sabían que todas las muertes eran causadas por el niño de los frutos del bosque, que debían estar atentos, pero estando completamente rodeados de olivares y sin vías alternativas para dirigirse a las ciudades, iba a ser muy difícil protegerse.
Cuentan que la situación empeoraba cada vez más, solo desgracias ocurrían. Juana no soportó la culpa de haber abandonado al amor de su vida, pues no tuvo la valentía de detenerse a socorrerlo, y terminó colgándose en su habitación, en esa época el suicidio era poco habitual, para ellos marcó otro gran acontecimiento. Por otro lado, estaban cayendo en una gran miseria, las cosechas se les echaban a perder, no estaban produciendo hortalizas para comer, las ventas de aceite estaban cayendo drásticamente, éste comenzó a ponerse agrio, pocos querían comprarlo, de igual forma, ya nadie quería ir a comercializarlo por miedo a toparse con el niño de los frutos del bosque.
Con el paso del tiempo, empobrecían cada vez más, muchos miembros de la comunidad comenzaron a mostrar signos desnutrición, tuvieron lugar una gran cantidad de peleas, eso jamás sucedía allí antes, todo se les estaba acabando. Diariamente, el principal tema de conversación y su mayor preocupación era como evadir al niño, se preguntaban si la anciana que se los colocó sería una bruja o el mismísimo demonio en persona dejando a uno de sus secuaces allí, para atormentarlos.
Los avistamientos al niño de los frutos del bosque se hicieron cada vez más recurrentes, algunos afirmaban escuchar pasos y su risa por las noches, rondando las cabañas, incluso que llegaba a tocarles las puertas buscando almas que robar. Otros decían que ahora lo veían a lo lejos dando saltos y balanceando su canasta en los alrededores de la aldea, buscando víctimas. Todos vivían aterrados, y con razón, estaban desapareciendo, ya 68 personas habían muerto por inhibición. En una comunidad que inicialmente contaba con 158 habitantes era algo realmente devastador.
Los más ancianos tomaron la decisión de centrar todos sus esfuerzos en salvar lo que quedaba de su pueblo, querían acabar con la maldición, estaban convencidos que en la anciana estaba la clave, pero ésta había desaparecido. Recordaron los tarareos que les repetía, la frase «Se debe pagar por lo que se toma» les revolvía la cabeza. Después de muchas reuniones, llegaron a la conclusión que, por el enfado de la anciana, sus palabras y su comportamiento, a lo que ella se refería es que deben pagar un precio al bosque de olivares por tomar su fruto, sus aceitunas, y al ellos ignorar sus advertencias, los maldijo con el niño de los frutos del bosque, quien cobraría con almas lo que se había tomado sin ser pagado.
¿Pero cómo le pagarían al bosque? se preguntaban. Después de pensar por largas horas, los ancianos creían tener la respuesta. Reunieron a todos los habitantes, después de haberles explicado las conclusiones obtenidas en sus reuniones, les dijeron que todos deberían rendirle honores al gran bosque, pagarles con reverencias y ofrendas por tomar sus aceitunas, así de esa manera tal vez lograban calmar al espíritu maligno que los acechaba. Muchos se mostraron renuentes, pero estaban dispuestos a intentarlo.
Aunque no se había realizado la recolecta ese año, las fechas coincidían con el cierre de las mismas. Encendieron una gran fogata para quemar las ofrendas, el humo debía esparcir sus deseos por el bosque. Todos habían preparado algo para dar, y después de haber quemado todo, se reunieron en torno a la gran fogata, allí agradecieron desde lo más profundo de su corazón al gran bosque por brindarles su fruto. Después de aquella noche, los avistamientos al niño de los frutos del bosque cesaron, las cosechas volvían a resurgir, todo parecía ir mejorando poco a poco.
Decidieron nombrar a las personas más ancianas de la aldea «maestros», estos de ahora en adelante tendrían la labor de instruir a su pueblo ante las dificultades, e inculcarle el agradecimiento al bosque por los frutos brindados. También juraron que pase lo que pase, cada año en el último día de recolecta, se organizaría una gran fogata en una celebración en honor al gran bosque, donde todos deberían mostrar sus respetos. Esa gran celebración anual sigue desarrollándose, hoy estamos nuevamente en una de ellas.
El maestro Abid golpeó varias veces su bastón contra el suelo.
Pocas veces es contada esta historia, pues se quería que el agradecimiento al bosque por lo que se toma de él, fuera sincero, no por miedo a los demonios que defienden la naturaleza.
El maestro Abid fue el primero en dar su ofrenda, después todos los demás le siguieron. Unos iban calmados y con gran entusiasmo; otros, los que nunca habían escuchado la historia, lo hacían con gran temor.