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126.- El olivo del abuelo

Pablo Gustavo Mercado

 

Cuando rondaba los veinte años y por fin podía decidir a qué lugar ir a veranear, seguía eligiendo reunirme con mis primos y mi infancia en la provincia de La Rioja, luego de cada sobremesa en la que no faltaban las risas, los gritos, la religión y por supuesto la política, que como de costumbre se sirve de postre en cada sobremesa de Argentina, mi abuelo solía desaparecer de golpe, y solo los más observadores sabíamos dónde encontrarlo, pero jamás, nunca se nos ocurriría molestarlo, y no es que Lorenzo sea de mal carácter, de hecho siempre nos preguntamos entre los primos a quién habían sacado ese mal humor las tías, era solo respetar su momento del día en su lugar en el mundo. Desde que la abuela Elisa no está solo él cabe allí, con ella habían construido con mucho esfuerzo el lugar donde criaron a sus hijos, la abuela siempre se sentaba a la sombra de aquel olivo, en las mañanas de verano íbamos a desayunar juntos allí, después de tomar el café con leche me enseñaba como tender las aceitunas en un entretejido de finas cañas para tenderlas al sol y hacerlas pasas, con ello podía tener como abastecerse durante todo el año, por las tardes mientras yo jugaba a su lado, mejor dicho encima de ella, desde arriba del olivo la miraba y admiraba cuando con las tías entre mate y mate sobaban las aceitunas con mucha delicadeza para no romperlas, la abuela tenía muchas habilidades, recuerdo que tejía a mano cosas increíbles con combinación de colores hacía unos paisajes sobre los acolchados o unas chalinas para que mis tías las vendan en el mercado, tengo el recuerdo de las manos de mi abuela, de su calor y sus fuerzas con su color trigueño y uñas impecables, la suavidad cuando tomaba las mías y hasta ese maldito temblor que la habitaba en sus últimos años cuando tocaba mis mejillas y ya no podía hablar, la abuela se fue yendo despacito de la vida , de la misma manera que la vivió, de un manera lenta pero constante entregándonos siempre lo poco que tenía y siendo una gran abuela, cada verano era la misma situación reía de oreja a oreja y se le iluminaba la cara cuando me veía y mientras me abrazaba fuerte se quebraba en llanto porque la hacía acordar a mi papá, siempre decía y al dolor que sintió con su muerte. Cuando se conocieron con mi abuelo cumplieron sus dos sueños, el del abuelo el de sembrar olivos y la abuela siempre soñó con sembrar unos viñedos hermosos con las uvas del pueblo que tuvo que dejar para jugarse por su amor, así que dividieron las tierras con el callejón en el que de niños jugábamos carreras con mis primos de punta a punta con el riesgo de tomar demasiada velocidad y no poder frenar antes de los barrancos naturales que rodeaban el predio, en el peor de los casos, alguno se enterraba de cabeza en la tierra superfina más parecida a la arenilla .Pero en un costado del gallinero cerca del bebedero estaba el olivo que ya era gigante cuando yo era niño, una vez cuando no tenía más de siete años el abuelo me alzo y me sentó en una rama que tenía el grosor de mi cuerpo entero. Suspiró, tomó aire nuevamente y me contó.

—Una vez fuimos con mi papá a cazar, eran viajes de tres o cuatro días por lo que teníamos que llevar proveeduría y agua, mientras papá me pidió que ensillara los caballos, él se encargaría de la comida.

La sonrisa se le fue borrando como si alguien le hubiese contado una mala noticia, lo que parecía que iba a ser un chiste se estaba transformando en una historia, di saltitos para acomodarme en el olivo y no lo interrumpí.

—Mi papá no era un buen hombre, ¿sabés? Él tomaba mucho y no trataba bien a mi mama — dijo el abuelo con un nudo en la garganta.

No entraba en mi cabeza tanta información, el abuelo nunca hablaba en serio con los chicos, era siempre una broma o una payasada para hacernos reír y además me estaba enterando por una de las personas que más quería en el mundo que los papás pueden no ser buenos. Yo crecí sin padre ya que falleció cuando solo tenía 3 años, sí, mi padre era el hijo mayor del abuelo Lorenzo. Casi entrado en trance continuó con el relato.

—Durante dos días cabalgamos en una zona que yo no conocía y no me dirigió la palabra más que con un gesto para indicar por dónde debíamos ir, esa noche de la nada se detuvo. y dijo que deberíamos pasar la noche allí y que ya es hora que aprenda a ser un hombre y salga de la protección de las polleras de mi madre, cuando bajé del caballo sentí un dolor tremendo, todo el cansancio se vino de golpe como si me hubiesen pasado por encima con un carro. recuerdo que él dijo que ni mis hermanas se habían quejado así. — Otra vez se le pierde la vista en aquel doloroso recuerdo.

Con el tiempo nunca me pude quitar de la cabeza la sensación de desprecio que sintió mi abuelo por parte de su padre, aquella tarde le brotaba por los poros las ganas de sacarlo afuera. lo mire con los ojos llenos de lágrimas porque estaba sintiendo su dolor y él estaba compartiendo conmigo que también a su manera careció de padre. Me miró cómplice y siguió sentí su necesidad de sacarlo todo.

—Aquella noche me costó mucho dormir en el suelo, pero cuando lo hice se ve que lo hice en serio porque no escuche cuando se fue. Apenas abrí los ojos y me vi acompañado solo por la luz del alba, comprendí que esa sensación horrible de soledad y miedo que me sacudía el cuerpo era lo que el viejo llamaba una lección. Tardé cuatro noches en volver y lo cuento en noches porque el comienzo de la caída del sol me aterraba, porque el frío me doblegaba y me hacía llorar, porque el hambre me formó el carácter y comiendo tunas obtuve el agua para no morir. Tardé cuatro noches en transformarme, sin dudas cuando volví ya no era el mismo, no era ni mejor ni peor o al menos no podía diferenciarlo en ese momento, pero puedo asegurar que jamás volví a ser el mismo. — Aseguró Lorenzo ya con la frente en alto. Yo no podía dejar de pensar cómo sería entonces el abuelo Lorenzo antes de eso, como hubiese sido su vida sin un papá así. Seguramente era un niño más débil, como yo. Se mantuvo parado todo el tiempo con el brazo en alto apoyado en la rama que me hacía de asiento, puso el peso en la otra pierna, trago saliva y siguió.

—Con cada tramo me juraba que nunca sería un papá como él , pero como tenía mucho tiempo para pensar, me pregunté si de niño él también quería ser buena persona y lo olvidó, entonces me propuse hacer algo que toda la vida me recuerde que debo ser buena persona y de una loma rocosa donde se hace un pozo de agua, a un costado estaba naciendo de alguna semilla voladora un pequeño árbol de aceitunas, así que lo tomé con mucho cuidado y lo envolví en una tela con bastante tierra húmeda que le iba cambiando a medida que se secaba. y apenas llegué a mi casa, muerto de hambre y sed, con los pies hechos una sola ampolla, pasé directo al patio cerca del gallinero sin que nadie me viera y planté este olivo en el que estás sentado. — Dijo el abuelo sin tener noción del impacto de esas palabras.

En aquella época pensaba mucho en el abuelo y en esa historia, pero claro, los años fueron pasando y se me había borrado de la cabeza hasta que algún despistado en la sobremesa de aquel día pregunto por Lorenzo. Salgo despacito sin llamar la atención, lleno una copa de vino y enciendo un cigarrillo, hago unos metros atravesando el patio y le doy vuelta al gallinero y sí, ahí estaba Lorenzo sentado en la enorme raíz del olivo que sobresale de la tierra con su pantalón marrón sujetado por el cinto de cuero trenzado que le había ganado a un paisano en un juego de cartas y su remera blanca de algodón sin mangas.

—Le traje un vinito Lorenzo — le digo tímidamente para hacerlo volver a la realidad, antes de que diga nada le pregunto:

—¿Se acuerda de la historia que me contó de este olivo? — le dio un sorbo largo a la copa y contestó:

—Cómo me voy a olvidar querido, si este no es solo un olivo cualquiera, es también una promesa de vida, es la cura de mis heridas y fue la sombra de mi amor en el verano, fue el escondite de mis hijos y el juguete de mis nietos, es nido de las aves y el lugar donde Elisa apoyaba su espalda mientras yo dormía la siesta con sus piernas como almohadas, este olivo será muchas cosas, pero nunca será mi padre, una montaña de bellos momentos dejaron sepultado los recuerdos de quien no supo amar a sus hijos y quien hacía llorar a su mujer. En fin, este olivo representa todo lo que está bien y cada vez que me escapo del mundo vengo a sentarme acá, para ver si en una de esas el tiempo se olvida de mí y me muestra otra vez a tu abuela sobando una a una las aceitunas, con tu papá jugando alrededor.

 

 

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