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077.- El mapa del tesoro

Juan Antonio Trillo López

 

Se habían trasladado desde Madrid a Granada por motivos profesionales y lo cierto era que estaban encantados con su nuevo destino laboral. Toni y Lola se dedicaban al antiguo y difícil arte del hurto y el principal motivo del traslado de su centro de operaciones no fue otro que su creciente fama en distintos ámbitos policiales de la capital y pensaron que un cambio de aires era lo más aconsejable en ese momento para su lucrativo pero arriesgado negocio.

Toni y Lola eran pareja desde hacía años y era ella quien llevaba la voz cantante, no solo por su natural desparpajo, sino porque era mucho más inteligente que él, proeza que tampoco resultaba demasiado complicada. Sus lugares favoritos de trabajo eran los bares, cafeterías y autobuses ya que se dedicaban casi exclusivamente al pequeño robo de carteras usando un amplio repertorio de técnicas bien entrenadas.

Pedro, por su parte, era el director de una oficina bancaria situada en una de las zonas en las que el ladronzuelo desplegaba su actividad delictiva y solía ir a desayunar a una concurrida cafetería en la que el hábil ladrón ya había dado algún que otro golpe. Toni ya lo tenía fichado puesto que Pedro era asiduo cliente, iba siempre muy elegante y se antojaba un objetivo bastante goloso.

Una mañana, Toni estaba tomando café en la barra mientras hojeaba el periódico, aunque como era su costumbre, no perdía detalle de cuanto acontecía a su alrededor por si se presentaba alguna víctima propiciatoria. En ese momento, Pedro y otro hombre también trajeado ocuparon una mesita muy cercana a su ubicación y Toni decidió demorarse aún más en su desayuno para intentar captar la conversación de aquellos dos tipos por si le era de utilidad en un futuro.

El local se llenó en cuestión de minutos y, a pesar de su proximidad, tenía verdaderas dificultades para escuchar con nitidez lo que hablaban aquellos dos caballeros mientras degustaban sus cafés y dos buenas tostadas de pan con aceite y tomate.

—…un tesoro…– creyó escuchar que decía el tipo al que tenía controlado.

—… gran valor…– le pareció entender entre el murmullo.

—… oro…– estaba seguro de haber oído pronunciar esa palabra al mismo hombre.

Luego vio cómo el mismo señor sacaba un bolígrafo de su chaqueta y en una servilleta de papel parecía hacerle al otro una especie de croquis o algo parecido.

Toni no era muy listo, pero a cambio tenía una gran imaginación y su mente rápidamente ligó las palabras tesoro, gran valor y oro con aquel dibujo y no tardó en visualizar en su cerebro el mapa de un tesoro, en concreto, de un cofre repleto de monedas de oro.

El raterillo aprovechó el momento en el que los dos elegantes señores pagaron su desayuno para acercarse disimuladamente a la mesa que habían ocupado y coger la servilleta que podía ser en realidad el mapa de un tesoro. Acto seguido salió a la calle y siguió a la pareja hasta una oficina bancaria y comprobó que su hombre entraba en un despacho y ocupaba un cómodo sillón, mientras que el otro se sentaba enfrente de él al otro lado del escritorio. Era una suerte que ahora las modernas sucursales bancarias tuviesen esas amplias cristaleras y se pudieran observar fácilmente todos esos detalles, pensó mientras se dirigía a la parada del bus.

Durante la comida, le contó su aventura a Lola, que como siempre, le sacó a relucir su escaso nivel intelectual y su prodigiosa fantasía.

—No eres más tonto porque no te entrenas, tío. Cómo va a ser esto el mapa de un tesoro, ¿tú te crees que alguien va a divulgar dónde esconde un tesoro y menos en una cafetería llena de gente? Y luego claro, lo deja allí para que cualquier ladronzuelo del tres al cuarto lo coja tranquilamente y además, ¿no ves que ahí solo hay cuarto rayas y otros símbolos que no nos dicen absolutamente nada?

—Ya sé que parece absurdo, cariño, pero tengo a ese tío enfilado. Ahora sé que trabaja en un banco y que puede manejar bastante pasta. Lo del tesoro y el oro suena raro, pero te aseguro que lo escuché con estas orejitas que Dios me ha dado.

—No te lo discuto, pero seguro que se trataba de otra cosa. De todas formas, este mes ya hemos cubierto gastos con creces y podemos permitirnos el lujo de centrarnos en ese tipo si crees que es un objetivo atractivo. Mañana le haremos un seguimiento exhaustivo y luego ya decidimos qué hacer, ¿te parece bien?

—Lo que tú digas, amor mío– asumió con mansedumbre Toni.

Al día siguiente la pareja de cacos fue a desayunar a la cafetería habitual de Pedro y conociendo sus horarios coincidieron con él en el local. Lola constató que el tipo debía de tener un alto poder adquisitivo y no le pasaron desapercibos un reloj de oro y un precioso anillo del mismo metal precioso que lucía en uno de sus dedos. Lo siguieron hasta el banco y acordaron irse a dar una vuelta, tomarse unas cervezas y acudir de nuevo a la hora del cierre de la oficina.

Cuando Pedro salió del banco, lo siguieron discretamente hasta donde tenía aparcado su coche. Se trataba de un vehículo nuevo y de alta gama que despertó definitivamente la codicia de Lola.

—Puede que lleves razón, y por una vez hayas dado con un filón. No sé si tendrá algún tesoro escondido o no, pero podemos sacar buena tajada de este tipo si sabemos manejar adecuadamente este asunto.

Ambos sabían que aquello excedía a su cualificación profesional pero alguna vez tendrían que dar un gran golpe, había dicho Lola, y Toni siempre estaba de acuerdo con lo que decía aquella mujer, así que empezaron a planear lo que iban a hacer, aunque más bien lo planeaba ella mientras él se limitaba a asentir a todo con una fe ciega en su pareja.

A la mañana siguiente robaron un coche medio destartalado pero que les serviría para seguir al cochazo del banquero. Querían saber dónde vivía y estaban decididos a esperar toda la tarde a ver qué movimientos hacía.

No tuvieron dificultades en seguir el BMW negro y tras unos minutos llegaron a una lujosa urbanización en un pueblo de la periferia de Granada. El hombre accedió a la cochera de una casa unifamiliar con amplio terreno y piscina.

—¡Menuda choza tiene el menda!, exclamó el ladrón mientras aparcaba a cierta distancia de la vivienda.

—Esperaremos a ver si sale a algún sitio, dijo Lola. En la casa habrá más gente y no nos podemos arriesgar, continuó mientras comprobaba que en el bolso estaba la pistola simulada que tenían para momentos especiales como aquel.

Sacaron unas cervezas y unos bocatas y se dispusieron a esperar acontecimientos sin saber muy bien qué podía ocurrir.

A las cinco de la tarde vieron salir de la cochera de la casa un vehículo, pero en esta ocasión se trataba de un todoterreno conducido por Pedro. Esperaron unos segundos y lo siguieron a cierta distancia. No parecía tener demasiada prisa puesto que no iba a gran velocidad y eso les facilitó la persecución. Al cabo de media hora y tras tomar varios desvíos, accedieron a una carretera secundaria llegando a una zona rural bastante solitaria, apenas había tráfico y decidieron no aproximarse demasiado al todoterreno para no levantar sospechas. Después de otros diez minutos más, vieron cómo el banquero dejaba la carretera y tomaba un carril de tierra en medio de un gran olivar. Aminoraron la marcha hasta que vieron cómo el coche se detenía y el tipo se apeaba tras dejarlo a la sombra de un gran olivo. Toni apartó el suyo en un pequeño ensanche de la carretera mientras Lola no perdía de vista al hombre. Observaron cómo accedía a una caseta que había en mitad de los olivos y al rato salía enfundado en un mono azul de trabajo con lo que parecía ser una gran azada en la mano. Instantes después dejaron de verlo momentáneamente, oculto por la pequeña nave, pero escucharon el sonido que producía la azada al cavar la tierra.

—¡El tesoro! – gritó eufórico Toni.

—No digas gilipolleces, el tío parece que ha venido a trabajar en la finca, debe ser suya. Vamos, es nuestra oportunidad para pillarlo desprevenido, ordenó la jefa de operaciones.

No tuvieron problemas en llegar a la caseta agrícola sin ser vistos. Allí, se pusieron sus viejos pasamontañas y Lola sacó la pistola de su pequeño bolso. Luego se dirigieron adonde estaba Pedro que, en efecto, estaba cavando la tierra cerca del tronco de un olivo.

—¡Suelte eso y levante los brazos! – le ordenó Lola mientras le apuntaba con el arma.

Pedro se puso lívido y un escalofrío le recorrió la espalda, aunque se serenó a los pocos segundos, no en vano ya había sufrido un par de atracos en su sucursal.

—Tranquilos, haré lo que digan, no voy a hacerme el héroe.

—Mejor así, contestó satisfecha Lola mientras se acercaba a él. De momento deme su reloj y el anillo, también esa cadena que lleva al cuello, le conminó con un movimiento de la pistola.

—¿Y su teléfono? – le preguntó la envalentonada ladrona mientras apreciaba la belleza de las joyas robadas.

—Está en el coche, pueden cogerlo, está abierto. En la caseta solo he dejado la ropa. Mi cartera también está en la guantera– respondió con serenidad Pedro.

—Voy a inspeccionar su vehículo, mantenlo a raya– le ordenó a su subordinado al tiempo que le entregaba el arma.

—Necesito un pitillo para tranquilizarme, ¿puedo coger el tabaco?, lo tengo en el bolsillo de la camisa, en la nave – le preguntó Pedro a Lola, sabiendo que era ella quien partía el bacalao.

—Está bien pero no intentes nada extraño. Echa un vistazo, le ordenó a su chico.

Pedro entró y cogió el paquete de tabaco y el mechero, encendió un cigarrillo y le ofreció otro a su captor, pero este lo rechazó. Después, ambos se quedaron en silencio hasta que el caco le preguntó:

—¿No sabrá usted nada de un tesoro enterrado por aquí, no?

—¿Cómo dice? – respondió sorprendido el banquero,– ¿un tesoro?, no sé de qué me habla.

—No se haga el tonto conmigo, le escuché un día en la cafetería hablar del tema con otro señor.

Pedro ató cabos rápidamente y creyó entender a qué conversación se refería el ladrón, pero no quiso darle ninguna explicación en ese momento.

—Le repito que no sé de qué demonios me habla y perdone, pero tendría que ir a orinar ahora mismo porque con el nerviosismo no me puedo aguantar más.

Lola venía ya del coche con el móvil del banquero y su cartera. Había escuchado parte de la conversación de los dos hombres y, dirigiéndose a su víctima, le ordenó:

—Hágalo ahí, junto a la caseta, de manera que podamos tenerlo vigilado.

Pedro obedeció y se colocó de manera que los ladrones podían ver parte de su trasero y espalda, pero no el resto de su cuerpo.

Mientras, Toni entró en la caseta a fisgonear, pero allí solo había aperos agrícolas y nada de valor. Lola por su parte estaba entretenida revisando a fondo la cartera y se quedó con los billetes y un par de tarjetas.

—No queremos hacerle daño, señor, le dijo en tono amable. Así que díganos el número pin de sus tarjetas.

—¿Qué van a hacer conmigo? – preguntó Pedro ignorando la exigencia de la mujer.

—No se preocupe, si colabora le dejaremos atado dentro de la nave y lo localizarán en unas horas. He visto unas cuerdas muy apropiadas para eso ahí dentro– le explicó el ladrón siguiendo el plan de su jefa.

—No iba usted muy desencaminado con lo del tesoro, comentó de repente Pedro.

—¡Lo ves, te lo dije! – gritó entusiasmado Toni encarándose a Lola.

—Déjate de chorradas, solo está intentando darnos largas, ¿no te das cuenta? – respondió ella.

—No, de verdad, tu compinche lleva razón. Se lo puedo explicar en un momento, luego pueden anotar el pin de la tarjeta. No tengo ninguna escapatoria y además por aquí no pasa nunca nadie.

—Está bien, le doy cinco minutos para que nos aclare lo del tesoro– le conminó Lola bastante intrigada ahora por el tema y viendo que la situación estaba bajo control.

—En realidad no se trata de un tesoro como el que se imaginan, comenzó Pedro. Aquella mañana en la cafetería le hablaba a un buen cliente del banco precisamente de este olivar. Hace cincuenta años mi padre compró esta finca y plantó en ella todos estos olivos. Desde entonces en mi familia hemos considerado a este olivar como nuestro tesoro, porque cada año, sin fallar ninguno, nos llenaba la despensa de un extraordinario aceite, nos proporcionaba leña para el invierno y permitía a mis padres obtener un dinero con el que, entre otras cosas, pagar mis estudios. Mi padre murió hace unos años y aunque yo tengo un buen trabajo, este olivar sigue siendo mi pasión y mi hobby. Aquí vengo casi todas las tardes a hacer un poco de ejercicio, a rememorar gratos recuerdos y se pueden imaginar el enorme valor, sobre todo sentimental, que tienen para mí todos estos árboles.

—Menuda decepción– confesó con tristeza el soñador delincuente – Pero yo le oí algo sobre el oro, estoy seguro de ello.

—Oro líquido, amigo, oro líquido. Le hablaba a mi cliente del magnífico aceite de oliva virgen extra que obtenemos de las aceitunas de estos olivos en la almazara de nuestra cooperativa. No probarán aceite más exquisito que este, se lo aseguro. La cafetería que frecuento, precisamente tiene este mismo aceite y esa es la razón por la que voy a desayunar allí todos los días y no perdono mi tostada regada con el sabroso oro líquido.

—¿Has visto, inútil? – increpó Lola a su compañero – Ya te dije que se trataría de otra cosa. – Y lo de la servilleta seguro que no era un mapa del tesoro sino la indicación de dónde se encontraba esta finca, ¿no?

—Así es, siento haberles defraudado– concluyó el banquero que parecía no tener prisa por acabar la charla con sus dos captores.

—Bueno, vamos a dejarnos ya de cháchara – ordenó Lola. –Llévalo ahí dentro y lo atas de pies y manos, pero antes apunte aquí el pin de la tarjeta. Le advierto que como trate de engañarnos lo pagará caro.

Lola le dio un bolígrafo y un trozo de papel donde Pedro anotó los cuatro dígitos de su pin. Tras ello, Toni lo empujó hacia la caseta donde procedió a atarlo como le había ordenado su chica.

—Tranquilo amigo, seguro que vienen a buscarlo en unas horas, verán su todoterreno ahí y no tendrán dificultades en localizarlo– le dijo Lola a modo de despedida.

Cuando estaban llegando a su coche, dos vehículos a gran velocidad asomaron por la carretera y en un santiamén estaban a su altura. Unos policías bajaron empuñando sus armas y los dos ladrones no pudieron hacer otra cosa que levantar los brazos y entregarse voluntariamente sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo.

—¿Y Pedro?, ¿dónde está? – les preguntó un tipo con traje mientras cogía por el pecho a Toni que sintió la fuerza de aquel corpulento inspector. Lo extraño era que incluso le sonaba su cara.

—Está en la caseta – contestó asustado, – está bien, no se preocupe.

Mientras esposaban e introducían a los dos delincuentes en uno de los coches patrulla, el inspector y un agente fueron hacia la caseta, donde encontraron a Pedro.

— Pensaba que no ibas a venir nunca, Javier. Los entretuve todo lo que pude, pero ya dudaba de que llegaras a tiempo.

—Tienes suerte de que le di veracidad a tu mensaje porque eres un hombre serio y no se me pasó por la cabeza que se tratase de una broma. Pero, ¿cómo me pudiste mandar el whatsapp?

—Gracias a que fumo y a que tengo dos teléfonos. Les dije que tenía el móvil en el todoterreno, pero era el del trabajo. El mío lo tenía en la camisa que dejé en la nave. Pedí permiso para coger tabaco y me hice con él sin que se dieran cuenta. Luego fui a mear y te puse el mensaje lo más rápido que pude sin ser visto. No eran muy espabilados, aunque la mujer es bastante más lista que el hombre.

—Por fortuna todo ha salido bien– dijo el inspector después de que hubieran desatado a su amigo. –Parecen simples aficionados, aunque han debido hacer cierta labor de seguimiento para haber llegado hasta aquí, porque yo si no es por el dibujo que me hiciste el otro día en la cafetería, te juro que no hubiese dado con este sitio en la vida.

—¡Ja, ja, ja! – rio Pedro. – El hombre se pensaba que tenía un tesoro escondido aquí, lleno de oro porque nos oyó precisamente ese día y se imaginó lo que no era. Después, supongo que me vigilarían y se habrían conformado con robarme.

—¿Un tesoro? – exclamó riendo el inspector, – muchas películas de piratas ha debido ver ese rufián.

—Bueno, en realidad, no estaba tan equivocado. Este es mi tesoro, Javier, y lo sabes bien. Este olivar es mi vida y no lo cambiaría ni por un cofre lleno de monedas de oro. Y hablando de oro, tengo en casa las dos garrafas que te prometí de mi afamado oro líquido y ahora además te proporcionaré una caja de botellas para que las repartas entre tus chicos, os lo habéis ganado, amigo.

 

 

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