090.- Lance y la joya del planeta Tuburs
Año 3559, nuestro valeroso cazarrecompensas, Lance Bridton, iba a bordo de su nave rumbo a un nuevo planeta. Su objetivo esta vez era robar una reliquia del monarca y señor del planeta Tuburs. Su contratista le había asegurado que le pagaría por ella una importante suma de dinero. Parecía a priori una operación sencilla, pero él no se fiaba, ya que siempre encontraba complicaciones al final.
Como acostumbraba, dejó en manos de Agnes, su fiel inteligencia artificial (IA), la labor de pilotar la nave y él mientras tanto estudiaba diversos planos del planeta para ver de qué forma podía entrar en el palacio y sustraer dicha joya, sin ser descubierto.
En pocas horas llegaron a su destino, y su fiel compañera le dijo que iban a iniciar la maniobra de aterrizaje, la cual se produjo sin ningún contratiempo. Habían elegido un lugar apartado, donde podían camuflar bastante bien la nave. Se trataba de una zona boscosa.
—¿Qué tipo de árboles son estos, Agnes? Nunca los había visto.
—Mi base de datos me dice que son olivos, pero lo extraño es que no sabía que existiesen aquí. Normalmente, son originarios del planeta Tierra.
—Bueno, da igual, lo importante es que escondida tras ellos no te verán.
Después de esta pequeña conversación, Lance cogió su inseparable bandolera y salió al exterior, para dirigirse sin demora al palacio.
Estaba algo desconcertado, pues esa zona no aparecía en sus mapas, pero a pesar de todo siguió avanzando para intentar encontrar su destino. A la salida del bosque vio lo que intuyó era un mercadillo y se animó a preguntar a aquellos seres que ahí se encontraban cómo localizar el palacio.
—Perdone, señorita, ¿cómo puedo llegar a la residencia del Sultán?
—Sigue en esa dirección todo recto y, cuando pases las tres lunas de barro, lo encontrarás detrás de ellas —dijo la joven señalando el camino que quedaba a la derecha de Lance. Este miró el sendero antes de volver a girarse hacia ella.
—¿Lunas de barro? —preguntó el cazarrecompensas, pero, cuando Lance volvió a dirigirse a la chica, esta había desaparecido.
—Mmmm, que raro, ¿dónde habrá ido con tanta prisa?
El muchacho siguió el camino indicado por la misteriosa joven, ya averiguaría qué eran las dichosas lunas. Al cabo de unas horas llegó a un pequeño lago enfangado, donde se reflejaban tres círculos disimulando ser la luna.
«Esto debe ser lo que hablaba esa mujer», pensó Lance.
Debía atravesar el embarrado, pero era bastante grande y no podía rodearlo, así que ingenió una manera de poder llegar al otro lado sin hundirse. De golpe se acordó que en el cinturón multiusos que llevaba siempre consigo tenía una cuerda extensible con un mini gancho y lo lanzó con todas sus fuerzas, con la buena puntería que tenía consiguió engancharlo al otro lado en un árbol de los que se veían en el paisaje de enfrente, y tiró para ver si estaba bien sujeta la cuerda. Después de asegurarse, empezó a recorrerla con cuidado de no tocar el barro hasta conseguir llegar al otro lado.
Una vez cruzada aquella superficie continuó recto y, como le había explicado antes aquella mujer, vio enfrente el palacio del sultán. Ya tenía localizado su objetivo, ahora tenía que introducirse en él.
Examinó los alrededores y no vio ningún guardia por la zona, algo que le pareció extraño, pero aun así tomó precauciones y se acercó lentamente al edificio. Cuando estuvo a escasos dos metros de la entrada contempló cómo diversas personas salían por la puerta principal. Así que se dirigió a una de ellas y le preguntó:
—Buenas tardes, ¿cómo es que no hay ningún guardia vigilando la entrada?
— Usted no es de por aquí, ¿verdad?
—¿Tanto se me nota? Acabo de llegar al planeta hace poco tiempo y me gustaría visitar el palacio, si es posible.
La joven, a la que se había dirigido Lance, soltó una pequeña risa y al instante le contestó:
—Físicamente darías el aspecto de cualquier habitante de esta ciudad y lugar, pero el no saber las costumbres de aquí te delató. Estamos a jueves, y hoy es el día de Puertas Abiertas, el Sultán deja que el pueblo pueda entrar y salir del palacio a su antojo. Es una medida para que ellos puedan vanagloriarse de la riqueza de su gobernante. Así que estás de suerte —dicho esto la joven y su acompañante siguieron su camino, y Lance entró en el edificio.
Una vez en el interior, contempló un gran jardín, el cual estaba repleto de personas que enloquecían ante tanto lujo de detalles y poder disfrutar de esas vistas. Él había estado en muchos palacios, pero este sin duda era el más lujoso que había visto hasta ese momento, y aún le quedaba mucho por descubrir.
Continuó su recorrido hasta llegar a una gran escalinata y, tras atravesarla, llegó al gran salón. Este presentaba una gran amplitud, y sus suelos estaban cubiertos por una gran alfombra roja. Al final de la sala se encontraba el Sultán, sentado en su trono de oro. Sin pensarlo dos veces, se acercó a él e hizo una reverencia, hincando su rodilla en el suelo.
—Buenas tardes, Sultán. Mi nombre es Lance y vengo desde un lejano planeta. Mi nave se ha quedado sin combustible y he tenido que hacer escala en su bello planeta, ¿Seríais tan amable de indicarme dónde me podría quedar esta noche, hasta que mañana pueda repostar mi nave y volver de regreso? —En ese momento se dio cuenta que la reliquia que venía a buscar pendía del cuello del gobernante, aunque no dejó que su semblante lo delatase y esperó a que este le contestase, ya se encargaría luego de encontrar el modo de hacerse con la joya.
—Bienvenido a mi humilde hogar, Lance —dijo con tono irónico el gobernante—. Espero que disfrutes de tu estancia en Tuburs, y por el alojamiento no te preocupes puedes hospedarte aquí en palacio, ¿qué gobernante sería si no trato bien a mis visitantes?
—No quiero causaros molestia, su majestad, con que me indicaseis un lugar donde poder pasar la noche sería bastante.
—No te preocupes, ahora mismo aviso a mi siervo para que te lleve hasta tu alcoba —dicho esto apareció un hombrecito vestido todo de rojo que le invitó a acompañarlo y lo guio hasta una habitación, donde podía asearse y descansar hasta el día siguiente.
Lance esperó a que todos los huéspedes del palacio, incluidos los sirvientes, estuviesen dormidos, y salió de la alcoba sin hacer ruido, intentando localizar donde dormía el gobernante. Al cabo de un rato buscando, entre tantos aposentos que tenía el palacio, dio con el que quería encontrar. Se asomó sigilosamente divisando cada centímetro de la habitación.
—¡Eureka! —exclamó bajito, para no ser escuchado, cuando encontró dónde estaba la joya que buscaba. Reposaba en una mesita al lado de la cama del Sultán. Este dormía a pierna suelta, emitiendo fuertes ronquidos, lo cual a Lance le hizo mucha gracia.
Se acercó despacio y, sin ser visto, la cogió y huyó de allí de regreso a su nave, aunque, como buen cazarrecompensas y ladrón que era, cogió algunas joyas más a su paso para venderlas y sacar así algún dinero extra. Volvió a traspasar las tres lunas de barro y desenganchó la cuerda para no dejar ninguna prueba a su paso. Llegó a su nave y fue a subir a ella, con la intención de huir de allí sin ser visto, pero para no variar algo no podía salir según sus planes, allí delante de él estaba la mujer que le ayudó a llegar al palacio el día anterior.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has dado con mi nave?
—¿Creías que ibas a poder salir de aquí tan fácil? ¿No te has parado a pensar que el Sultán tendría alguna medida de evitar que los ladrones le robaran sus pertenencias?
—¿De qué hablas?
—Te creía más inteligente, joven. El Sultán ordenó hace tiempo incrustar en el interior de cada joya de su palacio un extraño mecanismo con localizador. Una vez que una de estas sale del planeta explotan reduciendo todo a cenizas. Él prefiere que, si sus tesoros no están con él que no lo estén con nadie, es así de egoísta.
—Y, ¿por qué me ayudas? ¿Qué ganas tú con todo esto?
—Muy fácil, llevo tiempo queriendo salir de este planeta, tengo familia en Silice, el planeta helado a dos galaxias de aquí, si me llevas hasta allí, a cambio puedo desactivar los explosivos y así ambos salimos ganando.
Lance no sabía si lo que dicha mujer le estaba contando era cierto, pero muy a su pesar no le quedaba otro remedio que creer en ella, después de todo ella le había ayudado el día anterior. Además, siempre se había guiado por una premisa y era ayudar a todo aquel que lo necesitase, pues “quien siembra recoge”, y él sin ánimo de querer recoger nada sembraba sin parar, el hecho de ayudar a los demás ya lograba satisfacerlo.
—Está bien, vámonos antes de que se den cuenta —dijo el cazarrecompensas.
Los dos entraron en la nave, y, ya en el interior, la mujer desactivó los mecanismos de las joyas, gracias a un destornillador sónico que llevaba en su bolsillo.
El viaje hasta Silice fue rápido, aprovecharon varios agujeros temporales y en apenas unas horas llegaron a su destino. Una vez aterrizaron, la mujer se despidió de él, pero antes le dio dos regalos:
—Gracias por todo, Lance, en primer lugar te diré algo que no todos saben: mi nombre. Me llamo Sylvia Stain, y soy la princesa de este planeta, gracias a ti pude abandonar Tuburs, donde me tenían prisionera, ya que el Sultán no dejaba salir de allí a ninguna nave, siempre tendrás mi gratitud, si algún día necesitas ayuda no dudes en pedírmela, si puedo ayudarte lo haré encantada. —Tras esto, metió la mano en su bolsillo y sacó su destornillador sónico, ofreciéndoselo al cazarrecompensas—. Toma, seguro que en tus misiones te puede resultar de mucha ayuda, no te imaginas la cantidad de cosas que podrás hacer con él.
Lance cogió el presente y le dio las gracias, subió de nuevo a su nave y puso rumbo a su próximo destino, el planeta Cangrad, donde haría entrega de la reliquia sustraída. Estaba muy contento, pues en esta misión, aparte de la gran recompensa que iba a recibir por el trabajo, había conseguido dos importantes tesoros: una amistad, y alianza futura, y un objeto muy peculiar, el cual le sacaría de mil aprietos en sus aventuras, aunque eso ya será fruto de otras historias que serán relatadas.