
110.- ¡No Me Gusta!
La bomba explotó, todo saltó por los aires creando una densa nube de polvo, arena y piedra. El restaurante quedó reducido a la nada, solo una poderosa botella de aceite se mantuvo de pie, lustrosa y espléndida mientras el día se derramaba por el horizonte y Pedro El Vengador caminaba en dirección a la puesta de sol.
– ¡No me gusta! Eso no es lo que quiero, el relato es muy diferente, tiene que ser lo mismo o muy parecido.
El hombre de poco pelo y gafas ahondadas en sus ojos verdosos agachó la mirada y no acertó a decir nada. El jefe lo tenía claro, quería el relato tal cual, con su misma esencia. El hombre de poco pelo aceptó y decidió quitar a Pedro El Vengador, bombas, explosiones y algo de sangre, todo quedaría en una historia romántica y bonita terminada en un verso de mirada profunda.
La claqueta hizo su chas, y el director, el hombre de poco pelo, gritó:
– ¡Acción!
La actriz en ropa interior miraba al exterior desde el balcón, ante ella un pantano maravilloso. El sonido de los pájaros era nítido, claro, y el cielo raso y puro de la sierra también susurraba un sinfín de calma. El actor tumbado en la cama la miraba, y…
– ¡No me gusta!
…Bueno, ese no es el comienzo, el comienzo fue ante una tostada de mermelada de fresa y un café con leche caliente, y ante eso, dos botellas de aceite típico de la zona que fue rociado en su justa medida en la otra tostada de jamón serrano que vino más tarde, nunca dos cosas fueron tan tal para cual como el aceite de oliva y el jamón serrano. Los dos soñadores que estaban sentados ante una mesa, frente a frente, se acababan de conocer gracias a un amigo común, calvo, risueño y con buena vista para la fotografía. Los dos desconocidos ya conocidos se ajustaron cada uno sus gafas, se apretaron las manos aún con algo de aceite en ellas y se dieron el “sí”. El trato estaba cerrado.
El relato ofrecido tenía que ser adaptado a una visión cinematográfica, y así se hizo. Las primeras líneas fueron impregnadas de aceite de oliva picual, que dejaron el rastro en el papel en blanco. Tras eso, un arco iris de color; el blanco del papel, el azul de la tinta del bolígrafo, el verde de las huellas del aceite y una eterna línea discontinua de palabras e ideas.
Una vez acabada la revisión del guion llegó el momento de presentarlo y ver reacciones y visiones, producciones y algo de caos. El jefe leía atentamente cada línea y casi sin querer se le escapaba una leve sonrisa.
– ¡Me gusta!
Ahora sí, todo estaba preparado, el jefe había dado el visto bueno y una llamada del autor del relato, un hombre larguirucho y listo, atento en palabras, imágenes y sonrisas, no dudó en felicitar al hombre de poco pelo y gafas ahondadas en el rostro.
Casi de inmediato comenzó el rodaje, el rodaje de un cortometraje por la sierra profunda de Jaén, donde sus gentes son llanas y sus horizontes picudos y esbeltos.
El equipo estaba formado por un grupo humano amplio y con ganas de ganar algo de dinero más que de rodar esa historia de besos y flores. No por ello dejaron de implicarse hasta el último “Corten” que el director, el hombre de poco pelo y gafas ahondadas en el rostro, dijo en un susurro cansado y ataviado de esperanza, pensando en un futuro lleno de festivales y proyectos venideros propuestos, pospuestos y recordados como la memoria del agua.
El público acogió bien el cortometraje y fue abriéndose paso por ese mundo tan extraño y tan lleno de ego que es el audiovisual. Premio, selecciones y un trozo de pan con salchichón porque no daba para nada más. Alimento del ego, hambre del hombre.
– ¡Me gusta!
Dijeron los hombres que amistosamente abrieron un poco su bolsillo para hacer posible ese pequeño y bello cortometraje, entre ellos una empresa de aceites que había prestado su cooperativa gustosamente para el trabajo.
El hombre de poco pelo y gafas ahondadas en el rostro, que no era otra persona que este que escribe estas líneas en el filo del tiempo, miró el horizonte con ilusión y satisfecho por el trabajo realizado por todos. Decidió tomarse un merecido descanso en una posada de la zona de la sierra donde rodaron, allí y bajo los brazos de su amor recordó que no era todo tan fácil como la gente pensaba, que el mundo era un lugar lleno de aristas y…
En ese momento del pensamiento la alarma antiincendios saltó y a nosotros nos sobresaltó, cambió el relato de la vida a primera persona y nos miramos, nos vestimos y salimos al rellano mirando a un lado y al otro, como dos veletas desorientadas y frías.
Nos pidieron que fuésemos corriendo a la salida sin más tardanza, estábamos totalmente sorprendidos, descalzos y perdidos en el espacio tiempo de aquellos que gritaban desesperados por todos lados.
Salimos a la calle y junto a guardias civiles, cotillas, perros abandonados, un gato feliflaco, algún canalla y dos turistas, mirábamos hacia la posada de la tía Matilde, todos con la misma duda; ¿Qué pasaba en su interior?
Una voz como venida de lo más profundo de una caverna, dijo para ella misma, pero con el suficiente volumen para que todos se enteraran:
– Ya lo decía yo, esto no puede salir bien, no puede y no va a salir bien. Yo fui el primero en verlo, faltaba una explosión.
El hombrecillo de unos ciento y pico años, o eso aparentaba, apoyado en su bastón, mascaba algo y recitaba sus pensamientos en voz alta, como si a alguien le fuese a importar.
Un guardia civil echó a correr sin esperar un segundo más, entró de una patada a la posada, alguna viejita se atusaba el pelo y gritaba, yo miraba a mi amor que estupefacta no era capaz de decir nada.
Del interior de la posada comenzaron a salir algunas voces, luego algunos golpes y por último un disparo. La gente que aguardábamos en la puerta nos asustamos, algunos se fueron del lugar, nosotros nos quedamos quietos mirándonos sin saber bien si huir como lagartijas por las paredes del pueblo o quedarnos donde estábamos, inmóviles, como dos fantasmas al amanecer.
Alguien se asomó por una ventana, un tipo algo regordete y con melena larga por detrás pero poco pelo por arriba, dio dos gritos fuertes, potentes y claros:
– ¡El guardia civil que ha subido ha muerto, tengo una rehén, lo diré claro solo una vez!: ¡Quiero a ese tipo ahora mismo ante mí!
Dijo señalándome directamente. Toda la gente a mi alrededor, la guardia civil, cotillas, mi amor, el vendedor de pipas y el gato feliflaco y pasota me miraron de inmediato, parecía que estaba ensayado, todos totalmente sincronizados.
Un guardia civil se acercó a mí con paso seguro y verdoso.
– Debe usted subir, no se preocupe, desde aquí le protegeremos.
– ¿Cómo desde aquí? -Dije algo ofendido y confundido.
Mi amor comenzó a llorar silenciosamente, las cotillas a cotillear, el gato feliflaco a maullar, el vendedor de pipas a comer su producto y el tipo algo regordete a exigir de nuevo.
– ¡He dicho ya!
Una de las cotillas me miró y luego hizo un gesto leve para que fuese sin más demora hacia la entrada de la posada. Besé a mi amor, y mis pies descalzos se dirigieron hacia la posada y el último maullido del gato feliflaco fue como una alabanza por mi atrevimiento o bien por mi idiotez de ir directo al confuso presente.
Subí las escaleras que separaban la recepción de la primera planta donde estaba el tipo algo regordete y de melena larga por detrás pero poco pelo por arriba, allí estaba, con una pistola apuntando directamente a la sien de una chica rubia de pelo rizado y alborotado que con lágrimas en los ojos suplicaba. El hombrecillo sonreía.
– Vete, rizos.
Le dijo apuntándome ahora directamente a mí. La chica echó a correr todo lo que pudo pasando por mi lado y dedicándome una ligera mirada, verdosa como el aceite y llorosa de agradecimiento.
Me fui acercando con paso seguro hacia el tipo que no dejaba de apuntarme.
– ¿Qué quieres de mí?
– No sabes quién soy, ¿verdad?
– Pues no, no tengo el placer.
Llegué hasta estar frente a él. No pestañeaba, y me miraba con la seguridad de querer meter una de sus balas entre mi ceño fruncido.
– Soy Pedro El Vengador, soy el personaje que habías creado al principio de toda esta historia. Me habías salvado de una explosión en un bar junto a una poderosa botella de aceite de oliva, y te lo agradezco, luego me borraste sin dudarlo, haciendo caso a voces ajenas antes que a la de tu propia creación. Sois muy ligeros a la hora de sustituir pensamientos, pero ahora nadie podrá borrar esta bala que se alojará en tu mente.
No daba crédito, pensaba que era una mala broma de algún demente, pero no podía ser, nadie había leído mi primera versión de la adaptación del relato, solo el jefe, él solo había tenido acceso a mis primeras líneas, justo después las rechazó y yo sin dudar un segundo las borré y di paso a una nueva historia.
– ¿Y qué quieres de mí?
– Ya lo sabes, de un plumazo me quitaste, ahora es mi momento de borrarte de la faz de la tierra, del mundo real, y que con ello yo vuelva a renacer.
Su naturalidad era brutal, su tranquilidad era firme.
El gato feliflaco y pasota se posó en la cornisa de la ventana, allí se tumbó y me miró con su mirada condescendiente y guasona.
El tipo algo regordete y con melena larga por detrás pero poco pelo por arriba no dudó un segundo más y disparó. De la boquilla de la pistola comenzaron a salir palabras alborotadas que fueron directas a mi cabeza, palabras como; explosión, botella de aceite picual, puesta de sol, jefe, vengador…
Me desplomé y quedé abatido por ese atropello de palabras desordenadas que se amontonaron en mi cabeza, quedé inconsciente…
Desperté horas o días después del disparo, recostado en una mesa, ante un triste y afilado hasta el infinito lápiz y mi libreta azul, miré el papel donde Pedro El Vengador, portando una botella de aceite de oliva picual, salía del restaurante y tras él el edificio volaba por los aires creando una densa nube de polvo, arena y piedra.
– ¡Me gusta!
Fue una voz como un susurro tras de mí, me giré, pero solo acerté a ver a mi amor en ropa interior que miraba al exterior desde el balcón, ante ella un pantano maravilloso. El sonido de los pájaros era nítido, claro, el cielo raso y puro de la sierra también susurraba un sinfín de calma, y el olivar agitaba sus hojas.