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162.- Entre olivos

Lokeai

 

Tengo las manos heladas, apenas ha salido el sol y tengo sueño. Al principio voy muy despacio, seleccionando cada aceituna, pero en seguida se vuelve un trabajo mecánico y no necesito pensar lo que hago. Es entonces cuando en mi mente empieza el relato
La chimenea está encendida, así que la luz es cálida y favorecedora. Una pareja sentada en la gruesa alfombra, delante del fuego, bebe vino. Están a gusto, ríen y sonríen. Las cabezas están muy cerca, no se les ven bien las caras…
– ¡Enaraa! ¿Cómo vas por ahí? Aquí está listo ¿Vamos al próximo?
Esa es Reme. Es la hija del jefe, pero curra como la que más. Me encanta porque es poco habladora y le gusta lo que está haciendo. Y por muchas más cosas, claro: es mi novia, desde hace 7 años.
– ¡Vamos! Por aquí también está listo.
Juntas, damos una vuelta alrededor del viejo olivo, asegurándonos de que no quedan aceitunas maduras, y pasamos al siguiente. Ahora siento el solecito en la espalda y se agradece el calor en los riñones y el cuello, aún rígidos del trabajo de la semana.
Es duro porque no usamos medios mecánicos. El padre de Reme se niega a meter máquinas entre estos ancianos árboles, que plantó su bisabuelo y que han visto crecer a cuatro generaciones, no sólo de su familia, sino de casi todos los habitantes del pueblo. Y de una manera u otra, de eso viven la mayoría de ellos. Vuelvo a
Ella, con la espalda apoyada en un gran cojín, fuma y mira el fuego, con la mirada perdida hacia dentro. El aprovecha esa ausencia para contemplarla sin pudor, disfrutando al máximo de esa pequeña libertad, de la que pocas veces puede gozar. Ella es su jefa y él no sabe negarle nada. Ella ha terminado el cigarro y se va al baño. El oye el agua de la ducha y entiende que es el momento de vestirse. Lo hace y se va, cabizbajo.
– ¡A comer! – grita Reme – ¡Que bien, estoy ehmayá! Déjalo tal cual, cari, despues seguimos.
Nos juntamos en grupos de seis u ocho personas, la mayoría mujeres. Sacamos los tupper, el pan, algo para beber. Nos instalamos sobre la manta y empiezan a circular todo tipo bromas, junto con la comida. Yo intento estar aquí, y a la vez seguir con mi relato, así que no consigo ninguna de las dos cosas. Una mirada de Reme me advierte. Yo me rindo y le ofrezco una rebanada de pan. Las otras lo han visto y hacen bromas sobre quien lleva los pantalones en nuestra relación.
– ¿A qué negar lo evidente? – Me río yo también.
Todas nos conocemos de otros años, hemos trabajado juntas muchas veces y algunas conocen a Reme desde niña. No hay mala intención y si mucho cachondeo. Despues de comer, alguien saca un termo de café, aun tibio. Algunas fuman y otras se quedan disfrutando un ratito del sol de invierno. Yo intento volver a mi historia, pero cuanto más vueltas le doy, más ñoña me parece.
– ¿Qué te pasa, cari? Pareces enfadada – Me pregunta Reme, mientras retomamos el trabajo.
– No, que va. Es sólo la tontería ésta de cuento, que se me ha atascado y me tiene harta
– Piensa en otra cosa. Por ejemplo, imagina que estás recogiendo aceitunas – Me dice con ironía.
Yo gruño como respuesta y sigo cogiendo olivas y dándole vueltas al cuentito.
Ella y El discuten. Suben el tono de voz, se dan cuenta de que están todavía en la oficina y lo convierten en un siseo furioso. Deciden seguir la conversación despues del trabajo. A la salida, van por separado al apartamento que ella paga para eso. Allí les vemos hablar, enfadados, gesticulando mucho. El tema de la discusión tiene que ver con la desigualdad en la relación. Ella está casada y tiene hijos. El no tiene otra pareja y quiere más tiempo juntos, vida social, quizá, incluso familia. Ella se impacienta, porque no quiere otro marido y lo había dejado muy claro al empezar esta historia. Piensa en algo y cambia de táctica. Se desnuda despacio, y se sienta al borde de la cama, con las piernas abiertas y apoyada sobre los codos. El se ha callado y la mira, intentando seguir la discusión, pero no puede concentrarse. Ella le ordena que se quite la ropa y se arrodille. El obedece, ya entregado. Ella, con una sonrisa seductora, le agarra del pelo y con mano firme, le dirige hacia su
Casi brinco cuando me tocan el brazo. Reme levanta las cejas, con expresión divertida y un punto

de mosqueo

– ¿Ya estabas en una de tus fantasias?¿Te abducían los extraterrestres en el olivar o algo así?

Siento como me arden las orejas, cuando la miro a la cara, con una sonrisita estúpida

– No, que vá – Murmuro

Me mira fijamente, intrigada por mi reacción. Abre mucho los ojos y me espeta:
– ¡Era una fantasía erótica! ¡Me estabas poniendo los cuernos en mi cara! – Y se ríe con ganas. Ríe de esa manera irresistible, contagiosa, que me recuerda porqué la adoro.
– Ahora vas a tener que contármela – Me dice, mientras cargamos las cajas en el remolque.
– Ni de coña. Ya la verás cuando esté publicada
– ¿En esa revista para maris aburridas y consultorios médicos?
– Esa misma, la que paga el alquiler de nuestra casa
– Creí que era del Opus, o algo así
– Y lo es. Pero me han pedido algo sobre el adulterio, “Es un tema que nos preocupa”, han dicho.
– Supongo que hablar de parejas abiertas o de poliamor no entra en su “preocupación”¿No?
– No entra en su universo – Ahora soy yo la que se ríe
– Igual podías educarles un poco – me dice con poca convicción
– Queremos que siga pagando el alquiler ¿verdad?
– Verdá
– Pues ya sabes la respuesta
La beso para terminar la conversación. Estamos llegando a la almazara, donde nos esperan impacientes. Esta oliva es la mejor de la zona y el ordeño garantiza el vuelo. Es decir que las recogemos a mano, una a una, y la fruta nunca toca el suelo. Por eso está limpia y sin golpes.
Nuestra finca es la primera en extraer el aceite, así estamos seguras de que no se mezcla con ningún otro. Nos unimos al resto de la cuadrilla para celebrar el final del trabajo con unos vinos. Ha sido una buena cosecha y la verdad es que nos sentimos orgullosas del resultado. Durante unos días hemos sido todas iguales. Nos hemos levantado antes del amanecer, hemos pasado frío antes de que el sol empezara a picar y nos hiciera sudar. Nos cuidamos unas a otras y hemos comido juntas.
Conocemos las preocupaciones de cada una y los nombres de todas, los de sus hijos, cuantos tienen. El padre de Reme no quiere que trabajemos a destajo para que no haya competencia. Cobramos a jornal y si la recogida ha sido abundante, siempre hay un extra, además de las garrafas de un aceite exquisito.
Parece que sabe aún mejor cuando una ha estado en todo el proceso. Al menos yo lo siento así, al verlo dorar la tostada del desayuno, poniendo brillos en mis dedos y en los labios sonrientes de Reme. Ella le añade azúcar y eso me hace verla de niña. La imagino con la trenza apretada, delante de un tazón de colacao, tratando de no mancharse el uniforme del colegio, al comer el pan cateto, empapado en un plato con aceite y azúcar.
La foto me llena de ternura
– ¿Qué pasa? – me pregunta sorprendida – ¿Porqué me miras así?
– Estaba pensando en lo que hablamos el verano pasado…Y creo que si es el momento de tener un bebé. – mi respuesta me sorprende tanto como a ella.
– ¡¿En serio?! – abre unos ojos como platos y la sonrisa se le ensancha hasta ocupar toda la cara.
Es la imagen misma de la alegría, casi una caricatura, y me hace reir. La verdad es que me apetece y a mi también me hace feliz la idea.
– Sabes quien va a estar más contento que nadie ¿No? – Me dice mientras me abraza.
– Tu padre, seguro. El ya había descartado la ilusión de ser abuelo desde que vió que lo nuestro iba en serio – Respondo sin dudar – ¿Te das cuenta de que nos hemos convertido en un matrimonio convencional?
– Ya… – Me mira con una sonrisa maliciosa.
– ¿Qué? – Le pregunto.
– Igual te hacen fija en la revista esa, ahora que vas a tener familia.
– Para eso tendríamos que pasar por el altar – Digo con retintín – Y me parece que todavía no podemos.
Hay un poco de tristeza en el fondo de nuestras bromas. Las cosas cambian muy despacio en esta parte del mundo. Al menos, eso nos parece a nosotras.
– ¡Bah! ¿Quién quiere vestirse de princesa y gastar un dineral en un banquete? – Dice, mirándome de reojo.
– Eso ¿Quién quiere? – Le respondo con toda la seriedad de la que soy capaz. Se que le encantan esos absurdos vestidos que parecen tartas y que se muere por ponerse uno. Recibo una servilleta en la cara como respuesta.
Mi suegro le dará el capricho y a mi me parece muy bien. Yo no necesito ninguna de esas convenciones para saber que Reme es la mujer de mi vida y toda la familia que tengo. De momento.

 

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