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169.- Las raíces del corazón

Fernando Conde Morrel

 

Manuel era ya un hombre mayor, había vivido mucho en su vida, pero siempre tenía una fortaleza inmensa y un gran ánimo para hacer cosas pese a su edad. Él vivía en Alemania, concretamente en la ciudad de Colonia, emigró muy joven, ya que aquí en España no había mucho trabajo. Aunque él ayudó mucho a su familia en el campo. Allí, en tierras germanas, estuvo muchos años de un trabajo en otro hasta que al final tuvo suerte y encontró un trabajo fijo en una fábrica de coches. Era un hombre alto y fuerte, tenía todavía bastante pelo para su edad. Sus ojos eran marrones y llevaba unas finas gafas.

Sus padres mayores habían muerto al poco de emigrar hacia el país germano, y su hermana, sin descendencia, falleció también a los pocos años, se quedó solo en el mundo. La última vez que visitó España fue en el entierro de su hermana. Años más tarde conoció a una joven alemana, profesora de un colegio, y se casaron. Manuel ya hizo su vida y nada le ataba a España. Pasaron los años, entre el trabajo y el cuidado de su hija no tuvo tiempo de pensar en su querida patria, de vez en cuando imaginaba volver a ver a su querida Jaén. Pasaban los años y se hacía cada vez más viejo y le costaba más hacer las cosas.

Un fatídico día su esposa falleció por culpa de un cáncer. Manuel se hundió, su ánimo, su alegría, su fuerza interna se habían destrozado. Se había quedado solo en el mundo, sin padres, ni hermanos, su esposa ya no estaba y su hija era doctora y vivía fuera. Tuvo muchos días malos, no sabía vivir solo. Pero un día dentro de esta mala situación encontró un antiguo álbum de fotos, empezó a mirarlas con detenimiento, en una salía su padre y él encima de una mula, yendo para el campo. También pudo ver otra en la que estaba toda la familia recogiendo aceituna.

En su cabeza se encendió una bombilla, debía volver a España y ver de nuevo su tierra, visitar la tumba de sus padres y hermana, luego ya volvería y podría descansar en paz.

Se lo propuso a su hija, hacer un gran viaje familiar, todos juntos para que vieran como es España, y sobre todo su tierra, Jaén.

Su hija se encargó de todo. El viaje lo harían en noviembre, serian dos semanas para poder ver bien esta tierra.

Llego el día esperado para Manuel. No había pegado ojo con los nervios del viaje. Se levantó temprano para tenerlo todo listo. Su hija lo recogería en coche. Volvería a España después de cuarenta y cinco años. Tardarían unos tres días en llegar al destino. Cruzaron Alemania rápidamente, y pararon en a dormir en Paris. Al día siguiente, salieron temprano y llegaron a Barcelona. Cuando pasaron la frontera de los pirineos, se le aceleró el corazón a Manuel. Durmieron en la capital catalana, y aprovecharon un poco para ver la bella ciudad de Barcelona. Manuel despertó a toda su familia muy temprano, no había tiempo que perder, estaba ansioso de ver de nuevo su tierra. Pero antes de llegar a su querida Jaén pasarían unos días en Madrid, viendo la capital de España. Allí en Madrid intentaron visitarlo todo, aunque se dejaron monumentos para tener excusa para volver.

Llegó el día, Manuel no pudo dormir, estuvo toda la noche recordando momentos de su infancia entre los olivos de su pueblo. Muy temprano dejaron el hotel y pusieron rumbo al sur. Una hora de viaje, ya recorrían las amplias llanuras de la mancha, donde Don Quijote y su fiel escudero Sancho luchaban contra los molinos de viento. De vez en cuando se veían unos pocos olivos en los campos de la mancha. Estaban cerca ya, de repente, el yerno y la hija de Manuel lo avisaron.

–Mira ahí papá– dijo la hija con una gran ilusión.

Volvió la vista hacia el lado, y vio un cartel de color verde en el que ponía, Provincia de Jaén. A Manuel, se le aceleró el corazón, y cayeron algunas lágrimas de sus ojos, ya volvía a su tierra natal.

Pocos minutos después atravesaron un túnel larguísimo, era Despeñaperros. Una vez fuera, el paisaje cambió, comenzaba el mar de olivos. Su hija, yerno y nietos quedaron asombrados de aquel bosque de olivos, se perdía la visa en el horizonte. Manuel miraba de un lado al otro y no dejaba de emocionarse, su corazón latía con fuerza, su tierra lo llamaba, tenía raíces en el corazón.

Un rato más tarde, a lo lejos, majestuoso como siempre, el Castillo de Santa Catalina lo recibía majestuosamente. Ya estaban cerca de Torredonjimeno, a unos pocos kilómetros. No se acababan los olivos, en el trayecto se encontraron varios tractores que vendrían de trabajar.

Llegaron al pueblo, Manuel estaba asombrado, había cambiado mucho el pueblo después de tantos años, estaba irreconocible. Llegaron al hotel, dejaron las maletas y descansaron un poco. Él le hizo a su familia de guía, visitaron todo el pueblo, sus iglesias, monasterios y edificios de interés. Pasaron por la antigua casa de Manuel y él estuvo contando anécdotas de su infancia.

Al día siguiente, Manuel hizo lo que llevaba mucho tiempo sin hacer, desayunó una buena tostada de aceite de oliva virgen extra, con un poco de tomate. En su interior no podía para de emocionarse, de ver a su familia allí con él en su tierra. Solo faltaba su querida esposa, le hubiera encantado, se decía a sí mismo una y otra vez. Tenían programada una visita a una almazara para que les explicasen la obtención del aceite de oliva virgen extra. La familia de Manuel, su hija, yerno y nietos quedaron asombrados, nunca habían imaginado que solo era un proceso mecánico. Manuel quiso hacer un regalo a sus nietos, y les compró un cuento del aceite de oliva, llamado “El descubrimiento de Picualita”.

Después del almuerzo, fueron a visitar el cementerio, necesitaba ver la tumba de sus padres y hermana. Estuvieron paseando un largo rato. Volvieron al hotel, estaban todos cansados de tantas emociones y descubrimientos. Al siguiente día volverían de nuevo a Alemania.

–Papá, vamos a desayunar– llamo su hija a la puerta. Viendo que no obtuvo respuesta volvió a llamar de nuevo. –¡Papá, despierta!– volvió a llamar su hija. Siguió sin recibir respuesta.

Su hija ya un poco asustada, bajó a la recepción del hotel y pidió ayuda.

–Perdona estoy llamando a la habitación de mi padre y no obtengo respuesta, ¿Podrían dejarme una llave? – Preguntó ella un poco angustiada.

–No se preocupe usted, su padre salió temprano esta mañana, y me dijo que estaría en el antiguo olivar de su padre– contestó el recepcionista del hotel.

Su hija un poco más tranquila, llamó a su marido y fueron a buscar a su padre. El día anterior Manuel había indicado más o menos el lugar de ese terreno. Todo el paisaje estaba llego de olivos, era un entorno impresionante para ellos, menos mal que se acordaron bien del lugar, porque andar entre olivos puede llegar a ser un laberinto.

Llegaron al olivar y comenzaron a llamarlo a voces. Hasta que unos olivos más arriba el anciano contestó.

–Tranquilizaos, estoy bien– dijo Manuel entre lágrimas y risas. –Solamente necesitaba estar solo un rato, para poder descansar y hablar con los olivos, llevaba mucho tiempo sin verlos. He venido a recordar mi infancia, mi familia y me han salido las raíces que llevo en el corazón. Yo creo que esta visita ya puede llegar a su fin– Terminó de hablar mientras unas cuantas lágrimas caían por su rostro.

Su hija lo miró con admiración, después de todo el tiempo que su padre había pasado en Alemania, él no olvidaba su tierra, sus olivos y su aceite de oliva. Se acercó a él y los dos se fundieron en un fortísimo abrazo. Ella comprendió que su padre ya podría volver tranquilo a Alemania, después de esta despedida.

Volvieron al hotel, desayunaron una buena tostada con aceite de oliva virgen extra, terminaron de hacer las maletas y comenzaron el viaje de vuelta.

Manuel fue todo viaje callado, estaba un poco triste, pero en su interior estaba feliz, por fin había podido visitar la tumba de sus padres y hermana. También volvió a visitar su pueblo de nacimiento y sobre todo pudo despedirse de los olivos, era algo muy especial, porque ese olivo para él representaba amor, trabajo, tradición y cultura, necesitaba hacer este viaje.

Volvieron a pasar por Despeñaperros, de nuevo el corazón de Manuel se aceleró como a la vuelta, pero esta vez entró paz en su corazón. Pasaron de nuevo por Madrid y Barcelona. En dos días llegaron a Alemania.

Todo volvería a ser igual para él, bueno todo no, nunca volvería a desayunar sin aceite de oliva virgen extra. Se había traído el coche repleto de cajas y botellas.

Unos años más tarde, Manuel murió, fue enterrado con su esposa, en su tumba quedó una frase escrita que dice así: “Las raíces más profundas nunca mueren”.

 

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