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177.- La ciudad de los olivos

Robert Green

 

Aquel día, Antonio García, de 50 años, estaba sentado en una de las mesas de su restaurante, esperando pacientemente a Carlos, su amigo de infancia. Ya habían pasado 25 años desde que Antonio había regresado a Jaén, la ciudad de los olivos, y la ciudad que le vio crecer. Había durado unos años estudiando y trabajando en la capital.

Al regresar tuvo dificultades económicas, pero luego de malabares y acrobacias todo había resultado satisfactorio. Y ahora tenía el mejor restaurante de Jaén, cuyos sabrosos platos con peculiar y exquisito sabor, incluían aceite de oliva.

Mientras Antonio esperaba, comía unas tostadas que mojaba en aceite de oliva con un poco de ajo, y llegó Joaquín, su hijo mayor de 24 años, quien le pidió que le contara la historia del restaurante que tanta gente mencionaba como el mejor de la ciudad.

Antonio le dijo:

— Eso fue hace unos 25 años. En aquel entonces aún no habías nacido.

Antonio tenía algo que a las personas les causaba curiosidad: era bueno administrando restaurantes, y le gustaba, pero no sabía cocinar.

Y entonces Antonio comenzó a contarle a Joaquín que todo comenzó cuando él y Marta, viviendo en la capital, extrañaban vivir en Jaén, así que decidieron regresar. En aquel entonces Antonio administraba un restaurante. Renunció a éste y avisaron de su regreso a amigos y familiares, a quienes les agradó la noticia. Sus padres también supieron, pero ya no vivían allí.

Un día, antes de regresar, Antonio consiguió unas ollas de buena calidad a precio de liquidación y aprovechó la oportunidad, utilizando sus ahorros para comprarlas con la intención de venderlas luego en Jaén a buen precio también, y con las ganancias iniciar un restaurante, que era lo que disfrutaba hacer. El acuerdo del alquiler de la casa donde vivirían lo hizo por teléfono, desde la capital. Apenas llegó a Jaén firmó el contrato y fue a la casa donde viviría durante un tiempo. Tenía poco dinero y el alquiler era bajo, así que le pareció ideal. La casa tenía un local construido a su lado, donde podría vender las ollas que había comprado. Pero cuando vio la casa se dio cuenta que tenía muy mala ubicación, y le sería muy difícil poder vender ollas desde allí. Le entristeció que le hubieran hecho pensar otra cosa cuando hacía el negocio por teléfono, porque cuando él vivía en Jaén no había vivido algo así. El dueño de la casa no respondía adecuadamente a su reclamo, y Antonio no tenía cómo demostrar lo que había pasado. Como tenía poco dinero, pues había invertido casi todo en las ollas, pensó que no era conveniente dedicarse a algo que no fuera a darle un resultado, y decidió enfocarse en producir.

Un día se le ocurrió algo. Él estaba sentado en la sala mientras Marta cocinaba siguiendo el secreto de cocina familiar que Antonio le había enseñado, pues, aunque no sabía cocinar era muy fácil: consistía en cocinar una mitad de la comida primero, y la otra mitad después, utilizando las mismas ollas y los mismos utensilios, y esto cuando eran recetas que incluyeran aceite de oliva, este maravilloso milagro que sirve para aliñar, adobar, saltear, estofar, asar, freír, aderezar, aromatizar y más. Mientras Marta cocinaba Antonio olía los olores del aceite de oliva, y recordó que el negocio del oleoturismo estaba funcionando en el lugar, y había un grupo de olivicultores, amigos de Carlos, su amigo de infancia, que tenían pequeñas fincas y no le estaban sacando provecho a esta actividad. A Antonio se le había ocurrido vender el auto e invertir ese dinero para crear el negocio de oleoturismo.

Ese mismo día, durante la comida, le contó a Marta el nuevo plan, y aunque al inicio dudaba porque el auto era lo único que tenían en ese momento, al mismo tiempo sabía que debían producir para poder costear sus gastos. Incluso ofreció ayudarle, y le dijo a Antonio que ella podría cocinar para los clientes, pero Antonio declinó porque no tenían un restaurante para atenderlos. Luego le ofreció ayuda con la publicidad, pero también declinó porque aunque Marta sabía más que él de computadoras (pues Antonio solo sabía buscar cosas por Internet), ella no sabía de publicidad.

Antonio le ofreció a Carlos, a quien le iba mal como taxista, encargarse de movilizar a los nuevos turistas que Antonio se proponía conseguir. A Carlos le gustó la idea, pues hasta había pensado cambiar de trabajo por lo mal que le iba. Entonces Carlos reunió al grupo de olivicultores y Antonio les expuso el negocio, que aceptaron gustosamente pues Antonio pondría la mayor inversión, especialmente la publicidad para atraer a los turistas, algunas bicicletas y otras cosas más, y ellos solo tendrían que pagar a una persona en sus fincas, encargadas de hacerles el recorrido. Y así, Antonio vendió el auto y contrató los servicios de un experto en publicidad que había conocido cuando trabajaba en la capital. Le hizo el pago, pero pasaba el tiempo y nadie llamaba. Al revisar descubrió que el supuesto publicista le había estafado. Para colmo ya estaba retrasado con los pagos del alquiler de la casa donde estaban viviendo, y en función de una cláusula del contrato que había firmado y la cantidad de tiempo de llevaban retrasados en los pagos, podrían desalojarlos, sin tener dinero para alquilar otro lugar.

Ante esta situación Antonio no sucumbió sino que, esforzándose para mantener la calma, comenzó a dedicar su tiempo a pensar en cómo conseguir clientes sin dinero para hacer publicidad. Pensaba y pensaba, pero no se le ocurría nada, y el tiempo le presionaba. Decidió ir donde Elena, la mamá de Carlos, que tenía un hotel con un restaurante, a suplicarle, si era necesario (no sin vergüenza si le tocaba hacerlo), que le comprara algunas ollas pues eran de muy buena calidad y estaban a muy buen precio. Fue al hotel y se enteró que el restaurante estaba inactivo y solo unas pocas habitaciones del hotel estaban funcionando desde que su esposo había fallecido, que era quién antes llevaba el negocio. Elena, al igual que su hijo Carlos, estaba pasando por dificultades económicas.

Una vez se reunió de nuevo con los olivicultores para convencerles de que promocionaran el recorrido entre sus conocidos pero las personas que conocían eran de Jaén y ya conocían la actividad.

Un día, mientras estaba en casa, pasó algo muy curioso: escuchó a Marta hablando por teléfono con la mamá de Antonio acerca del secreto de cocina familiar, y repentinamente Marta puso una cara de estar impactada, y él, intrigado, iba a preguntarle qué le había contado, pero en eso llegó Carlos apurado pidiéndole hablar urgente con él, informándole que algunos olivicultores se habían retirado del negocio porque estaban pagando a personas que guiarían a los turistas, pero no habían turistas. De manera que ahora no podrían contar con ellos, aunque sí con los otros.

Antonio confiaba en el proyecto, así que quería intentar hacerlo. A veces salía a caminar por si veía algo que le diera alguna idea.

Un día, sentado en el suelo del local, preocupado, le llamó el dueño de la casa diciéndole que debían pagar esa misma semana o los desalojaría. Marta lo estaba viendo y supo al instante que algo pasaba, aunque no escuchó lo que le dijeron. Antonio supuso que quizás lo supo porque se le había notado en la cara, o quizás alguna de esas habilidades que tienen las mujeres. Entonces Marta se acercó a Antonio, que no se había levantado del suelo, se agachó, y con tono muy amable le ofreció de nuevo ayudarle, y esa vez Antonio aceptó, aunque no sabía qué iba a hacer. Marta le abrazo, sin ocultar sus ganas de llorar. (Y sin saber que debían ponerse al día con los pagos de la casa esa misma semana. Antonio no le dijo porque no quería preocuparla).

Al día siguiente Antonio salió a buscar clientes a las calles, haciendo saber del recorrido que ofrecía entre los turistas que conseguía, y a las personas que vivían en la ciudad les hablaba de las ollas que tenía a buen precio. Consiguió algunos interesados, que eran poco, pero era el primer día de trabajo. También consiguió una persona interesada en comprar algunas ollas, que llevaba entonces al local. Mientras tanto, Marta, en casa, hacia publicidad online. Conseguía publicidad muy barata y a veces gratis.

Al día siguiente Antonio no quería salir a las calles de nuevo pues conseguía algunos clientes, pero no eran suficientes, pero Marta le animaba pues peor era quedarse en casa sin hacer nada, y mientras ofrecía el recorrido, algunas personas de otras ciudades comenzaron a llamarle, algunas ya estaban en Jaén y pedían hacer el recorrido. Entonces dejó de buscar clientes en la calle, y algunas personas, por el boca a boca, se enteraron del precio de sus ollas y llegaban al local a comprar. A los turistas les hablaba del Hotel de Elena. Esto lo hacía sin interés alguno pues la conocía de toda la vida. También era una buena sugerencia para los turistas porque las habitaciones que Elena tenía activas eran bonitas y Elena era muy agradable y al mismo tiempo muy atenta. También Carlos estaba mejorando su situación gracias a los traslados.

Entonces Antonio se puso al día con los pagos del alquiler. Estaba contento porque aunque eran pocos los clientes que tenían, se notaba que las cosas iban a estar bien. Y estando Antonio y Carlos en el hotel conversando sobre los planes a futuro que Antonio tenía, le llamó el dueño de la casa y se la pidió (la casa y el local), a pesar de que ya se había puesto al día con los pagos. Le argumentó que a pesar de ello, antes se había retrasado el tiempo suficiente para poder desalojarlos según aquella cláusula del contrato. Así lo hizo, a pesar de que Antonio no tenía a donde ir con Marta. Lo que Antonio no sabía en ese momento y supo luego, era que el dueño de la casa se había enterado que había gente yendo al local, y él quería aprovecharlo.

–¿Y tú y mamá qué hicieron? – Preguntó Joaquín luego de que Antonio le había contado todo esto.

Y Antonio siguió contándole que Elena, habiendo escuchado la conversación, le ofreció estadía en una de sus habitaciones por un tiempo, y le invitó a continuar todo como lo venían haciendo. A Antonio le dio vergüenza pero ella le insistió y le recordó que era como familia y no le dejaría solo ahora que lo necesita y que estaba prosperando. Antonio escondió sus ganas de llorar y se lo agradeció.

Antonio y Marta se mudaron al hotel. Y luego el dueño de la casa abrió en el local un negocio para vender ollas.

Un día Antonio estaba hablando con Carlos en el restaurante del hotel, el que no estaba operando. Marta se puso a cocinar en la cocina del restaurante, utilizando algunas de las ollas de Antonio que no se habían vendido. Comenzó a cocinar utilizando el secreto de cocina familiar, pero Antonio notó que estaba cocinando sin seguir el procedimiento, y le reclamó pues iba a dañar la comida, pero estaba ocupado hablando con Carlos así que dejó de insistirle, y cuando terminó de cocinar le dio a probar y estaba riquísima, y Marta le contó que su suegra le explicó que el secreto de cocina familiar no consistía en cocinar la comida en dos partes. Antonio pensaba que era eso porque había visto una vez que cocinaba así, pero eso fue porque estando él pequeño, hubo una vez que su papá había tenido dificultades económicas, aunque se lo intentaban ocultar, y hubo un momento que estaban tan mal que tenían una sola olla, y no cabía toda la comida en esta, y por eso la cocinó por partes. Antonio se paralizó de la sorpresa mientras Marta seguía contándole que el secreto de cocina de su familia era el tratamiento que daban al aceite de oliva, pero dividir la comida no tenía nada que ver con el sabor con el que queda una comida. Luego de la impresión inicial, lo siguiente que hizo Antonio fue reírse a carcajadas. Sabía que su error se justificaba porque no sabía nada acerca de cocinar, pero igual le parecía gracioso ese despiste de su parte.

Luego de unos días las cosas no mejoraban mucho, así que Antonio decidió regresar a la capital. Un día, antes de regresar, estaba comiendo con Marta, Carlos y Elena, disfrutando de los deliciosos platos que Marta había preparado, con el ya comprendido secreto de cocina familiar. Desde hace años que no la pasaban así de bien. Antonio notaba que a pesar de todo, podían disfrutar de un rato tan agradable entre familia y amigos de toda una vida.

Al día siguiente Antonio se levantó tarde, pues no tenía nada que hacer. Notó que había gente comiendo en el restaurante. Marta y Elena estaban atendiéndolos. Marta le contó que había ido a cocinar temprano en la mañana, utilizando el secreto de cocina de su familia, y un huésped del hotel pensó que el restaurante estaba abierto y quiso comer, y para no negarle una comida, Marta lo atendió. Al cliente le encantó. Luego pasó lo mismo con otro huésped, y luego con alguien que pasaba por la calle, e incluso pedían para llevar, aunque no tenía como entregárselo. Pero sí que les había fascinado.

Viendo Antonio que entraba más gente, sacó cuentas y fui a comprar más ingredientes, y potes para que pudieran pedir también para llevar.

Pasaron los días y el restaurante se iba llenando cada vez más. Así consiguieron para costearse una buena publicidad en otras ciudades para promocionar el recorrido de oleoturismo, e incorporaron al recorrido degustación con platos cocinados en el restaurante que entre sus ingredientes incluyera el aceite de oliva y que fueran de la cocina regional, experiencia que se agregó al itinerario que permitía conocer y disfrutar del proceso productivo agropecuario e industrial.

Un día, mientras Antonio estaba llegando al restaurante (había ido a comprar unos ingredientes), vio que había tanta gente en el restaurante que se hizo una fila de personas en la entrada, esperando para entrar. Entró con los ingredientes, y vio al dueño de la casa con el local que le había desalojado entrando al restaurante con cara de extrañado, mirando que pasaba. Se notaba que entraba por curiosidad (además el negocio era muy exitoso y era nuevo). Ellos se vieron y Antonio lo saludó, como si no fuera pasado nada entre ellos, pero él, con una sonrisa forzada que no era sonrisa, se avergonzó, y miraba hacia otra parte. En ese momento las personas que hacían fila le exigieron que esperara su turno, y se retiró.

A él no le fue bien pues nadie iba al local a comprar ollas, ya que los que iban cuando Antonio estaba allá era porque vendía a un precio bajo por una oportunidad particular. Ahora estaba el dueño de la casa en ese lugar con mala ubicación sin poder montar ningún negocio allí, aparentemente habría invertido su dinero en esas ollas porque después de tanto tiempo sigue allí. Antonio no sabía si sería una casualidad o justicia divina, pues a veces a los justos les pasan cosas malas y a los injustos les pasa cosas buenas, y viceversa. Antonio solo se lo preguntaba, solo como una meditación de la vida pues no le deseaba ningún mal. Esperaba que aprendiera y cambiara esa forma de actuar.

Joaquín miraba a Antonio impresionado de todo lo que le estaba diciendo pues a pesar de todo, no conocía la historia del restaurante de su papá, y no sabía que había pasado por todo eso. Antonio tomó un trago del vino que estaba tomando, y tomó otra tostada que untó con aceite de oliva y ajo, se lo llevó a la boca, y luego de masticarlo y comerlo le siguió contando, rememorando:

— Al año siguiente compramos una casa. Tú naciste ese año. Y ya sabes el resto de la historia: cada vez vino más gente, y el negocio de oleoturismo prosperó, Carlos mejoró su situación y se agregaron nuevos transportes para buscar a los turistas desde el aeropuerto. Elena abrió el resto de las habitaciones. Luego a tu mamá se le ocurrió probar con el salón de belleza con aceite de oliva, del que ahora se encarga junto con tu hermana, y tú tuviste la oportunidad de contar con la cocina del restaurante para dedicarte a cocinar, que es lo que te gusta hacer. Los olivicultores, con las nuevas ganancias, compraron nuevas tierras y generaron más empleo. También traemos nuevos turistas que se pasean por la ciudad. Y aunque no somos ricos, hijo, yo me siento muy bien al recordar lo mucho que contribuyo a mi ciudad al cumplir con las responsabilidades del exitoso negocio que ahora tenemos.

Luego de terminar de contarle esta historia, Carlos llegó y Joaquín salió a caminar por las calles de la ciudad, y ahora sentía que el orgullo que sentía antes por ser parte de un negocio muy reconocido en su ciudad, se transformaba en un sentimiento moral que también le agradaba pero le parecía más sublime: sentía que tenía la responsabilidad de contribuir con la sociedad, la cual comenzó a mirar de otra manera, y ahora, cuando escuchaba que algunas personas de la ciudad hablaba del restaurante, en vez de sentir el orgullo que sentía antes, les comentaba sobre la relación del restaurante con el oleoturismo, y los beneficios que ambos generaban a Jaén, su ciudad.

 

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