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188.- El almacén del olivar

María Inés Maya

 

En un lugar remoto de Jaén, provincia perteneciente a la comunidad autónoma española de Andalucía. Allí al final de uno de los caminos de pedregullo, en una casa de campo, levantada ya hace muchos años, así lo atestiguan las piedras que una a una forman las paredes de la casa; rodeada de abundante vegetación, viven en medio de su olivar la abuela Francisca y su nieta Clara. Ambas están solas, ya que la madre de la niña ha fallecido cuando ésta tenía cuatro años y su padre, por motivos de trabajo, se ha tenido que instalar en Barcelona. Francisca siempre ha podido encargarse muy bien ella sola de la niña, claro que hubo algunos días difíciles, sobre todo cuando la niña comenzó a crecer y preguntaba por su madre, pero su abuela siempre explicándole con paciencia y con la verdad, Clara lo entendía y era tanto el amor que tenía por su abuela que supo con el tiempo elaborar sanamente la pérdida de su madre. Creció rodeada de afecto, ya que las personas que trabajaban en el olivar con su abuela, la conocían desde que era un bebé. Doña Carmen, una de las señoras encargadas de envasar el aceite de oliva, le contó en una oportunidad:

– Tu madre tenía que ir al campo a recoger las aceitunas y te había dejado al cuidado de tu abuela. Al llegar la hora del biberón, vos llorabas y llorabas y no querías tomar. Varios de los cosecheros que estaban más cerca se arrimaron, cada uno con un consejo diferente. Entonces sugerí, por qué no intentan bajo el olivo, éste mismo, tu madre no podía quedar embarazada y aquí pasó varias noches durmiendo en un colchón hecho con sus propias hojas, hasta que se enteró que venías en camino. Casi con una voz unánime, todos estuvieron de acuerdo, y no se perdía nada con intentarlo. Uno de los trabajadores casi corriendo trajo una silla, para que tu abuelita se sentara contigo bajo el olivo. Se hizo un silencio majestuoso, nadie podía retirar la vista de vos, Francisca te acercó el biberón a tu pequeña boca y tomaste con tantas ganas, que movías tus manitos y tus piernas sin poder parar. La alegría fue de todos, con grandes sonrisas en nuestros rostros continuamos trabajando.

Cuando volvió Julia, la madre de Clara, el momento sucedido fue una linda anécdota. Así fue como Clara creció entre árboles y aceitunas, había algo misterioso en ese lugar, del cual ella no podía imaginar una vida distinta a esa que llevaba con su abuelita. El trabajo en el olivar se desarrollaba a base de mano de obra, todo lo hacían los trabajadores, plantar, podar, cosechar, control de plagas, curar las aceitunas, separar las destinadas al consumo del fruto y las destinadas a la elaboración del aceite de oliva. La producción del aceite y su envasado. Todo se hacía allí, inclusive los puestos de trabajo se iban heredando de generación en generación, como había sucedido con los abuelos de Francisca, que le había dejado el legado a su madre y su madre a ella. De la misma forma ocurría con todos los trabajadores allí, algunos de ellos habían comenzado desde edades muy tempranas, casi como un juego, se convertía en una forma de disfrutar la vida. Cada descanso, en el que se paraba de trabajar para comer, parecía una fiesta. Era también el momento, en el que cada persona hablaba de algún asunto, a veces compartían divertidas anécdotas y también se ayudaban entre ellos ante alguna situación. Había entre ellos una costumbre de compartir sus vivencias, el grupo al ser tan heterogéneo, siempre alguien había para decir las palabras apropiadas o simplemente para acompañar, en esos momentos cuando las palabras sobran y son bienvenidos los silencios y un simple abrazo fraternal. El grupo era muy unido, pero esto a veces no alcanzaba para que el olivar económicamente sea rentable, para sustentar tantas familias. Otros olivares estaban trabajando con técnicas en base a maquinarias de avanzada tecnología y esto generaba que sus producciones sean vendidas en el mercado a un costo inferior del que podían ofrecer ellos. Algunos compradores, habían dejado de comprarles, por este motivo. Francisca lo sabía muy bien, ya su padre se lo había dicho en alguna oportunidad, en algún momento quizás las máquinas sean necesarias. Pero ella siempre pensaba que algo sucedía cuando con sus manos recogía las aceitunas y con delicadeza hacía todo el proceso, poniendo cuidado y atención en cada paso, hasta elaborar el aceite de oliva casero. Con aquella receta heredada de sus ancestros. A veces, se sorprendía ella misma, cuando se encontraba con las manos llenas de aceitunas, habiéndolas mirado por largo rato. Y ese amor que ella sentía, se lo había podido transmitir a todas las personas que trabajaban con ella, y que compartían con ella. Pero un día fue insostenible, nuevos clientes dejaban de elegir sus productos, algunos de los hijos de los obreros se mudaron a otras provincias para poder estudiar, por tal motivo, no trabajaban más allí y la producción cada día costaba más. Francisca al principio, pudo sostener la situación, pero un día decidió que lo mejor sería hablar con su equipo de trabajo. Programó una reunión con todos los trabajadores y les contó lo que estaba pasando. Ella les dijo que de ninguna manera quería abandonar la producción, pero la realidad que los circundaba era delicada. Necesitaban incrementar las ventas para poder seguir adelante. Les contó también, que días atrás, había recibido la oferta de un propietario, éste quería comprarle el olivar. En ese preciso momento, se armó un revuelo, todo el grupo hablaba a la vez, algunos solo se agarraban la cabeza sin poder emitir una sola palabra. Nada se entendía de tantas palabras cruzadas. Hasta que Clara exclamó:

– ¡Un momento! Un momento, por favor. Lo primero que tenemos que hacer, es estar en calma, no encontraremos una solución invadidos por las emociones desesperadas. En muchas oportunidades nos hemos ayudado entre todos para salir adelante, a mí me han cuidado decenas de ustedes. Lo haremos de la misma forma, cuidaremos este olivar, como si de una vida se tratara, porque así es como es. Así lo sentimos y lo vivimos todos.

Esas palabras no tenían aún la solución, pero dejó un ambiente de inmensa paz entre los trabajadores, incluida su abuela que la miraba tiernamente. Agregó Clara:

– Hoy descansaremos y mañana comenzaremos el día como lo hacemos habitualmente, y a la hora del descanso podremos hablar con la cabeza despejada.

Todos estuvieron de acuerdo, al otro día al momento de hablar, estaban más calmados, incluso habían tenido tiempo de pensar algunas ideas. Pasaron allí toda la tarde y parte de la noche, la resolución había incluido a muchas personas nuevas, por eso demoraron tanto. Algunas madres se habían ido a sus casas, habían encaminado algunas tareas y organizado a sus hijos y habían vuelto a la reunión. De la misma forma pasó con algunos de los obreros, fueron a sus casas, llevaron algunos alimentos que compraron por el camino y volvieron. Francisca también se había ido, para poder hablar con aquel señor, que en su momento le ofreció comprarle el olivar. Cuando los trabajadores se enteraron de eso, esperaban con ansias las novedades que Francisca podía decir. En medio de la reunión, Francisca les cuenta que la noche anterior habían estado hablando con su nieta y tuvieron una idea. Proponerle al supuesto comprador, que en vez de comprar el olivar, comprara maquinarias, la mitad de la producción se haría con medios más modernos y la otra mitad seguiría operando con los métodos tradicionales y priorizando la mano de obra. De esta forma tendrían dos ofertas para el mercado, una de producción casera y otra más industrializada, lo que abriría nuevamente un abanico de posibilidades y nuevos compradores. Clara se encargaría de hacer publicidad, mediante medios de comunicación y también realizarían visitas personalizadas, ofreciendo los nuevos productos y los tradicionales. Y a fin de año, comenzarían a plantar, con el nuevo socio, las dos hectáreas libres de atrás, bajo las mismas condiciones, siempre que se respete la producción casera por un lado y la industrial por otro. Francisca, casi no terminó de decir estas palabras, que una de las trabajadoras dijo:

–Puede volver mi hijo Mariano, el entiende mucho sobre mecánica y maquinaria, es lo que está estudiando.

Puede volver, y más puede volver, se siguieron escuchando en el transcurso de la reunión, muchas ideas de como expandir la publicidad, al terminar el día estaban ante una empresa reconstruida y con un aire renovado que todos podían sentir. Transcurrieron los meses y se extendieron comercializando sus productos en los alrededores, Granada, Málaga, Córdoba, Sevilla, Huelva, Cádiz, Almería y luego un poco más lejos, Cáceres, Toledo, Murcia, Zaragoza, León, Barcelona. En donde el padre de Clara, podía ayudar y acompañar a su hija, siempre que le era posible.

Se habían producido muchos cambios, pero algo seguiría intacto, cada producto elaborado por “El almacén del olivar”, saldría con el vestigio de sus almas.

 

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