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233.- Recuerdos

Macarena

 

Me asomé por la ventana, parecía que estaba comenzando a nevar, el cielo comenzaba a ponerse de ese color maravilloso que anuncia la nieve, ese color gris perlado… ¡qué maravilla!, mis pensamientos me guiaron a mi infancia sin yo quererlo, no estaba previsto en estos momentos, mis pensamientos hicieron un paréntesis entre el alboroto y el jolgorio que en mi hogar se había instaurado en estos días.

Días de Navidad y aceituna de mi infancia, qué maravillosos y duros días se vivían en nuestra época, el olor a aceituna que se impregnaba en nuestras vidas hasta la primavera. Dejo mi mente divagar mientras los primeros copos rozan ya la ventana…

“Son las seis de la mañana, el silencio de la casa se interrumpe con el sonido de la leña crujiendo al quemarse, mis padres ya se habrán despertado, el olor del pan tostado en la lumbre me lo confirma, poco a poco estamos toda la familia junto a la chimenea, nos espera un día duro de trabajo en la aceituna, son los primeros días y estos son sin lugar a dudas los más duros, eso dicen los mayores, para nosotros son todos, desde el primero al último, los mejores días del año. Días de aventuras desde que comienzan los primeros albores del día, días de juegos interminables de oliva en oliva, días en los que los mayores nos cuentas sus historias, tan increíbles y tan bien narradas que a mí y a mis hermanos nos parecen cuentos, cuentos que buscamos a diario”

Creo que este pan con aceite y ajo era mágico y nos daban super poderes de energía y optimismo.

“Ya estamos todos vestidos con más capas que una cebolla, fuera hay un gran nevazo, ha estado nevando desde hace varios días casi sin parar, mi padre ya ha sacado la mula de la cuadra, los más pequeños iremos montados en ella, sería imposible llegar a la aceituna con tanta nieve… el camino se está haciendo muy divertido, los mayores tienen que andar muy despacio porque la nieve les llega por encima de los tobillos, cuando subimos la cuesta la mula comienza a resbalar, mi padre enseguida suelta todas las cosa que lleva y la encamina para que podamos seguir avanzando sin mucha demora, ya estamos llegando más tarde de lo que habitualmente llegamos a nuestras olivas, por fin   lo veo, ahí está, ya veo mi uno de mis lugares preferidos, allí no hay límites, todo el suelo esta cubierto de nieve y mis hermanos y yo aunque somos pequeños sabemos que tenemos que ayudar, que nuestra economía depende de estas aceitunas, de  estas aceitunas que muchas de ellas la nieve las ha tapado con su blanco manto, con nuestras pequeñas espuertas nos dirigimos a la búsqueda del “tesoro”, con nuestras diminutas manos comenzamos a cogerlas como si estuviéramos tocando el piano, esto nos decía siempre nuestra madre, para nosotros hoy es un día más divertido que los demás, mi madre nos llama a todas horas para que nos calentemos en la lumbre, nuestras manos están congeladas pero nuestro corazón está llameando de emoción, qué día estamos echando con las pelotas de nieve, llega la hora de la comida y como ayer fue el día de navidad tenemos un gran manjar que a posteriori mi madre bien guardó para que todos juntos pudiéramos disfrutar hoy, tenemos jamón que es tan difícil de ver como la televisión del vecino de enfrente  que siempre cierra la ventana para que no podamos verla, también tenemos los restos del pavo que mi madre cocino después de que  mi padre se lo preparará, pobre pavo con lo que jugamos con el este verano mientras mi hermano Juanito y yo nos subíamos encima y nos llevaba por toda la huerta a una velocidad extrema, pero bueno que está muy rico y mejor no pensar más en el pobre pavo, y de postre viene lo mejor, fruta escarchada” Qué tiempos aquellos, qué delicia poder recordarlos así, me viene hasta el sabor de los recuerdos, qué afortunada fui.

Mi nieta ha venido al verme sonreír, ¿Qué pasa abuela?, ¿qué estás viendo que sonríes? La pequeña me mira con sus enormes ojos expresivos del color de la aceituna, no podía ser de otra manera, pensé, es pura genética, si ella supiera todo lo que en mi mente estaba pasando, esto me hace sonreír aún más que tiempos, impensables en este siglo, pero aferrados a nuestra mente como un regalo de la vida.

Parece que va seguir nevando, ya salen los primeros jóvenes con su algarabía a celebrar la nochebuena, sus huellas se van marcando por la acera, me envuelven de nuevo los recuerdos “fue un flechazo, sí, sí, no me cabe ninguna duda, la primera vez que nos vimos sabíamos que éramos el uno para el otro”. Miré hacía el cielo, a sabiendas de que estás más cerca de mí de lo que imagino, seguro que estás compartiendo conmigo estos recuerdos y que al igual que a mí te salvan de este ajetreo y te identifican con lo que fuimos y seremos siempre.

“Ese día me levanté más cabreada de lo normal, ese genio de la adolescencia tan difícil de controlar, allí estaba la imagen que a diario en los días de aceituna se repetía, otra vez la tostada de aceite y ajo… ¿Ya estamos todos? Preguntaba mi padre a diario, pues claro, ¿teníamos otra opción? pensaba yo en esa época de rebeldía efímera, nunca me imaginaba que ese día cambiaría el resto de mi vida y sería el principio de mi sempiterna felicidad. Cuando llegamos a las olivas la escarcha había pintado el suelo de blanco radiante, moteado con pequeñas esmeraldas que relucían por todo el campo. A lo lejos se podían ver las figuras de las personas que siempre nos ayudaban en estos días, ¿Veremos a ver como trabaja el muchacho nuevo? dijo mi padre. Nuestras miradas se cruzaron y las palabras sobraron, era un chico alto moreno y desgarbado, pero a mí me gustó solo verle, mi padre alertado de esta situación lo mandó a trabajar con la cuadrilla que más lejos estaba de nosotros, nuestra miradas aunque a la distancia, no paraban de encontrarse durante toda la mañana, mis hermanos me decían que a qué se debía esa lentitud con la que trabajaba hoy, y no se percataron de nada, qué poco espabilados estaban.

A la hora del almuerzo comenzamos a hablar y a conocernos, cada día un poco más, qué días de felicidad, emoción, nerviosismo… mi padre ya dejó que el trabajara conmigo pero él siempre estaba cerca vigilando muy de cerca… nos comenzamos a enamorar sin nosotros poder hacer nada para evitarlo, compartíamos los mismos gustos y las mismas inquietudes, este muchacho estaba destinado a que yo lo conozca, pensaba a menudo, cuando nuestras conversaciones cada vez se hacían más comunes, si de pequeña estas olivas eran uno de mis lugares favoritos, ahora lo era cada vez más. Este era el lugar en el que todos los días le veía. A primera hora de la mañana justo cuando llegábamos, allí estaba él con un ramo de flores silvestres preparadas para mí, me encantaba, tenía amapolas, margaritas, dientes de león…y estaban anudadas con una ramita de olivo verde, me lo guardaba en el mandil y aunque con el ajetreo del trabajo de la mañana las flores se quedaban algo mustias el olor que me transmitían me hacían sentirme especial”.

Ese olor de las flores es un olor que nunca jamás podré olvidar, en la época de la aceituna aún camino por el campo y busco estas flores, las amontono en mi mano como si de un sortilegio se tratara y las huelo profundamente, me transportan a esos días de felicidad, a mi alrededor siempre están mis hijos y me hacen sentir que siempre se puede ser feliz, mejor dicho siempre se debe ser feliz, sin olvidar nunca nuestros momentos, que son los que nos hacen especiales, a los que debemos regresar siempre que nos sea posible.

Año tras año seguimos recolectando la aceituna, por puro placer de estar todos unidos, permanecer unidos unos días al año en plena naturaleza. Los más pequeños me preguntan desde agosto: ¿Abuela cuándo vamos a ir a la aceituna? Que graciosos, me recuerdan tanto a mí cuando era pequeña, los más mayores de mis nietos aprovechan estos días para estar unidos a sus primos y contarse sus aventuras de todo el año, uno de mis nietos más mayores ha traído este año a su novia como él dice amiga, me he quedado de piedra cuando le he visto con un ramo de flores silvestres y se lo ha regalado, es tan maravilloso el campo que te hace vivir momentos únicos.

Mis hijos están llamándome para que brindemos por la Navidad y me han sacado de mis recuerdos de los tiempos de la aceituna y aquellos nevazos de entonces. Pero bueno mamá, ¿qué te pasa que tan feliz te has puesto de mirar por la ventana?, me pregunta mi hijo. ¿Queréis saberlo? Sentaros que os voy a regalar el mayor de mis tesoros, mis recuerdos: ¡Sabéis que cuando yo era pequeña, nuestra familia vivía únicamente de lo que las olivas que el abuelo tenía en el camino de la fuentecilla nos daban…! Miré sus caras y todos estaban expectantes por escuchar una vez más mis historias, sonreí, estoy segura que mi tesoro esta a salvo en sus corazones y nunca desaparecerá.

 

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