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238.- Querido Olivo

Bel

 

Estoy en tu gran sombra que me cubre entero, me encontraba recogiendo un poco de tu fruto que estaba aquí en el suelo pero me he cansado, así que por eso me he sentado a la par tuya, me he dado cuenta de las grandes alfombras que se generan sobre la tierra amarga, pero ahora no es lo que quiero pensar; quiero sentir el viento con su olor, recostarme en tu tronco y ver las ramas con sus hojas.

Debo levantarme así que lo hago, después de descansar siempre viene bien trabajar un poco aun si ya lo has repetido bastantes veces. Acompañado del sol picante viene la brisa cálida, este es mi clima, este es mi único espacio. Voy por cada planta ordeñando sus ramas, saco sus frutos con firmeza y los voy dejando en mi canasta, de a poco voy avanzando por el sendero.

Mi querida madre me llama desde la distancia con gritos de felicidad, tengo la mirada al suelo, pienso voltearme pero el viento llega y por su rapidez un pedazo de tierra seca entra en uno de mis ojos, me duele un poco pero no quiero preocupar a mi madre, mi querida está enferma y cualquier cosa que me pase por pequeña que sea le puede causar algún daño. Me volteo enérgicamente riéndome, pretendo secarme el sudor que está en mi frente para así poder taparme el ojo para que no lo vea tan rojo, me acerco a ella y me da un cálido beso en la mejilla, me invita a la mesa y me trae mi ensalada, la rocía con el aceite especial de la casa que contiene el fruto de mi cosecha.

Salgo de la casa y la miro de reojo, está contenta y se nota, su boca marca una fina línea que llega hasta sus cachetes, me dispongo a irme, recojo mi maleta y voy al camión, “Necesito vender todas estas olivas…” pienso, prendo el camión y me despido con la mano a mi madre, me gustaría estar más tiempo con ella, pero tengo trabajo que hacer.

Viernes en la mañana, el viento fuerte golpea mi ventana y hace que estas generen un sonido algo tranquilizante, me levanto como todos los días y me visto con mi equipo. Estando parado en la puerta de mi casa veo mi olivar y soy realmente consiente de el gran trabajo que conlleva, no solo mi tiempo con familiares y amigos, si no que ya estoy sintiendo cómo diferentes partes de mi cuerpo duelen y se contraen.

Busco los frutos que caen al suelo moviendo la tierra con una rama seca, los recojo, los miro y sigo caminando, pero de repente escucho fuertes gritos y risas, me asusto tanto que miro en dirección a mi casa, veo un grupo de hombres entrar y me imagino lo peor, “¡MI MADRE!” es el grito que me sale inconscientemente, mientras corro voy dejando todo mi armamento atrás para aumentar mi velocidad. Ya llegando me abalanzo hacia la puerta y esta se abre, corro por toda la casa hasta llegar al comedor… mi madre, mi padre y mis cuatro amigos están sentados a cada lado de la mesa y me miran directamente con los ojos, perplejos, extrañados y confusos, igual que yo, cuando me doy cuenta de lo que hice y la situación incómoda que estoy generando me disculpo enérgicamente y los saludo uno por uno, aun así, esto no tranquiliza la situación completamente.

Después de aquel momento incómodo, mi madre trajo sus bebidas, y mi padre habló enérgicamente de las ventas mientras colocaba un poco de nuestro aceite de oliva sobre su comida; prosiguió a darle un bocado bastante grande y en sus ojos y rostro se mostraba la felicidad que le generaba la unión de sabores, luego prosiguieron mis amigos, haciendo exactamente los mismo, con los mismos gestos y sonidos, una risa salió humilde, no podía creer que de tantas cosas que hay, un aceite de oliva pueda ser el único capaz de traer la dicha en el hogar.

Sigue estando claro el día, y con mis amigos Carlos y Fabio nos dirigimos con ramas, guantes y canastas hacia los grandes y bellos olivos que son apreciables desde la distancia. Llegamos y cada uno se pone en lo suyo, la brisa está cálida pero el ambiente entre nosotros se siente pesado, sé que no fui el único que lo sintió porque Carlos empezó a hablar aparentemente algo tímido, le respondí de manera enérgica y ya nos empezamos a volver a acercar, ya bastante tarde nos sentamos en algunos troncos que se encontraban talados en el suelo, chistes, historias variadas eran los temas que tocábamos. En la distancia notamos que mi madre venía con una pequeña bandeja y en ella estaban tres vasos de porcelana, llegó y a cada uno nos repartió un jugo, los bebimos rápidamente y los devolvimos a la bandeja.

Cuando la imagen de mi madre se iba alejando uno de quienes me acompañaban me preguntó sobre mi mayor preocupación, “Oye, ¿qué tal va la salud de tu madre?” retumbó en mi cabeza y me quedé mareado, al parecer lo notaron y luego siguieron contando bromas e historias.

“Querido olivo que me arropas del frio, ¿qué debería hacer?, me encuentro triste y también preocupado, el sudor que ahora sale de mí no es por el trabajo que he realizado sino por la preocupación que abunda por mi madre enferma, sé que ella no sabe que la he visto cansada y adolorida, que su tos no solo es por una comida que se atravesó, que la sangre del lavabo no es por un corte en un dedo. Olivo que ahora estás conmigo, ¿Me prestarías tus raíces que alcanzo a apreciar, me dejarías recostarme y esconder las lágrimas que bailan en mis ojos? Olivo, ay olivo, no solo mi cuerpo duele por el trabajo si no también mi corazón, ella ha sido mi bastón y yo he sido el suyo, ¿podrías tú permitirme dejarla a tu lado?”.

Ya más tarde me dirijo a mi hogar, sus ojos radiantes me levantan el ánimo y la saludo con la misma felicidad, me da una bebida y se aleja con paso acelerado para luego llegar a la puerta de su dormitorio, girarse y despedirse con la mano, es algo que siempre hace pero esta vez es diferente, siento como que será la última vez en que se despedirá de mí.

Estoy bajo las mantas de lana tejida, mis ojos no cierran y mi mente no para de pensar, bajo a la cocina, me preparo algo caliente y vuelvo a la cama, me arropo de pies a cabeza e intento dormir.

Ya de día, un nuevo sol de mañana, como todos los días voy a su habitación, la levanto con un beso en la frente y le pregunto que desea de desayuno.

No recibo respuesta, tal vez… solo tal vez está demasiado cansada, me alejo y hago lo que siempre prefiere, su aceituna, su huevo y su café, vuelvo arriba y le toco la mano, pero como si hubiera una chispa la alejo inmediatamente, estaba fría, helada, congelada… muerta, el solo pensar en eso empiezo a temblar y la destapo para ver su rostro, dormida, se fue dormida, descansó por fin, intento no llorar pero no puedo controlar mis lágrimas, debo sacar el dolor y empapo las cobija de estampado de flores.

Sé que debo hacer, siempre me lo ha pedido y yo ya imploré por él, tomo la pala y una carreta, voy por el sendero de piedras que es bastante largo, llego por fin al gran y fuerte olivo, me dispongo a trabajar y abrir el hueco en el suelo, después de extensas horas me doy cuenta de que ya es bastante grande y es adecuado, miro el olivo y nuevamente le digo:

“Oh, gran, fuerte, sano y hermoso olivo, ya te lo había pedido y creo haber entendido que tus raíces me han dejado recostar a quien me cuidó toda la vida, sé que cuidarás y usarás su amor para que tus frutos crezcan más fuertes, y por eso no me siento ya, culpable o herido, porque sé que tú la necesitas y amarás más”.

Después de su entierro sigo cosechando más frutos, le doy abono a las plantas que he plantado alrededor de mi olivo, tal vez no aguanten mucho por su clima tan áspero, pero igualmente las seguiré cuidando y cambiando diariamente, el agua que les rociaré será la más limpia y sana que tenga para así agradecerle a ella y a quien la cobija y guarda bajo su fuerte tronco.

Ya han pasado varios días, me siento más cansado que antes, ya no me levanto tan temprano ni recibo las visitas, estoy decaído y lo único que hago es mirar por la ventana, mi pobre olivar necesita cuidados, pero yo solo tengo tiempo para el olivo central que ha estado creciendo desde varios días, “se ve tan sano…”. Voy a visitarlo y consiento su corteza, me siento en la cuna que sus ramas arman, y voy mirando el pasto que ha estado creciendo levemente bajo él, recuerdo a mi madre y me genera una sonrisa, y suavemente el sueño se va apoderando de mis ojos, los cierro y deseo no abrirlos más.

 

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